21/8/08

Érase un sofá rojo


Mi adorada June:

No sabría cómo explicarte lo que mi mente excitada y mi cuerpo erizado sienten en estos momentos. Llevo días intentado que mi sangre circule normalmente, sin agolparse a borbotones sobre mi sexo. Cada mañana oigo tu nombre sobre mi erección, que me recuerda, una y otra vez, aquel día tan cercano en el que nuestros cuerpos, confundidos en su olor, se buscaron, se desearon, se saborearon…

Sin apenas conocernos, pero sabiendo que nuestros cuerpos ya se rozaban en la distancia, nos dejamos llevar por deseos susurrados de pasión y frenesí. Poco a poco, el calor de aquella noche, hizo que las gotas de sudor se convirtieran en feromonas exprimidas para nuestra desesperación. Y nuestras miradas nos dijeron que estábamos allí para unirnos, al fin, mente con mente, cuerpo a cuerpo, mi sexo y tu sexo.

Sin más dilación, sentados sin apenas rozar mi sofá rojo, comenzamos a besarnos, tímidamente, reteniendo nuestros cuerpos erectos que deseaban el contacto inmediato. Mis labios se deslizaron entre los tuyos, humedeciéndose a su contacto, recorriendo toda su carnosidad temblorosa que aún me excitaba más. Aquellos rizos me hipnotizaron de tal manera que mi lengua ansiosa buscaba tras ellos la curva de tu cuello, por la cual deseaba deslizarme. En aquel momento comencé a escuchar tus primeros jadeos, comprimidos, que penetraban en mi mente como yo deseaba hacerlo en ti.

Mientras te retiraba lentamente los tirantes de tu picardías, mi pene enardecido imaginaba cómo llegar hasta tu calor húmedo, que se dejaba ver, poco a poco, al final de tus muslos. Tus pechos aparecieron ante mí esplendorosos, agitándose al ritmo excitado de tu pecho. Recorrerlos con mis labios y mi lengua hizo llegar la sangre a mi cabeza como si fuesen campanadas. Sentía cómo tus pezones endurecían con mi lengua traviesa. Mirarte en aquel estado aumentaba mi excitación, lo que hizo brotar en mí una sonrisa, a la vez que mis ojos ardían en el deseo.

Para cuando me empujaste sobre mi espalda y empezaste a recorrer mi polla con suave deleite, mi vista estaba completamente nublada. Ni siquiera pude ver cómo la agitabas entre tus manos, cómo jugabas con tu lengua, lamiendo sus venas inflamadas por tu fuego. Y yo sólo podía pensar en tu sexo ardoroso, tu vagina húmeda, tu clítoris enhiesto. Imaginándome, como más tarde haría, explorando tus entrañas, buscando el ‘punto’ exacto de tus gemidos, agitando arrítmicamente tu lujuria. Imaginaba tu cuerpo encorvarse al contacto de mi lengua, al tacto de mis dedos.

A partir de ahí, todo fue locura y frenesí. Tu cuerpo sobre el mío penetrado una y otra vez. Tus piernas aferrándose a mí, para no dejar escapar un segundo del placer compartido. Idas y venidas entre jadeos, gritos y gemidos, que no hacían más que intensificar nuestra orgásmica fusión.

Eso es lo que fuimos, fusión. Dos cuerpos mezclados sin saber quién eras tú y quién yo. Dónde terminaba mi cuerpo y comenzaba el tuyo. Unidos por nuestros sexos derretidos.

Recuerdo cómo me miraste al terminar, los ojos bien abiertos, mostrándose dulces y llenos de ternura. No pude dejar de besarlos de nuevo. Y no pude esconder mi sonrisa, llena de ti.

Un beso, mi dulce niña.


Foto: Nic Marchant

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