Esto es para ti, mi amor. Te echo de menos.
Foto: Ellen Von Unwerth
Foto: Robert Mapplethorpe
mi último amante duerme plácidamente junto a mí, exhausto, mientras releo tu última carta. Me emociona verte relatar uno de nuestros momentos furtivos y clandestinos, robados al mundo, a la noche; uno de esos momentos que han abierto nuestros poros, hecho gritar a nuestras almas y nos han sumido en un infierno delicioso, infierno de jugos, sudores, gemidos, espasmos, temblores, éxtasis... pero también de nuestras miradas, susurros, alientos, caricias y besos.
Ahora tengo la certeza de que estoy viva, ahora que te tengo junto a mí. No recuerdo nada de antes, ni sé lo que será mañana. Sólo sé que despierto para tus palabras, vivo en tus sentidos y muero en tus brazos. Aún en la distancia te siento en mis venas, corriendo junto a mi sangre para acelerar mis latidos, para agitar mi respiración y envolverme en una nube azul de sensaciones.
Algo tan simple como escribirte estas líneas, saber que tus dedos se posarán donde primero han estado los míos, que tu nariz aspirará el aroma que penetre desde mi piel esta carta, que tu mirada recorrerá mis trazos redondeados, que oirás crujir al papel como la madera de la que proviene entre tus manos, incluso que puede que pases tu lengua por el interior de la solapa del sobre para recoger mi saliva y hacerla tuya... algo tan simple, te decía, hace que de nuevo me azote tu corriente desde la lejanía.
Entonces, cierro los ojos y me agacho sobre tu nuca y me dejo embriagar con tu olor a hombre. Y sonrío porque adivino tu sonrisa sobre la almohada, y te beso, beso y camino sobre tu cuello y tu espalda, hasta que te vuelves con tu deseo intacto hacia mí. Te cubro impaciente, clavando en mí tu miembro erecto que me posee como sólo tú, amore, sabes hacerlo. Mi lengua busca la tuya, mi ombligo se contrae una y otra vez al ritmo de mis jadeos. Pero falta algo, no te encuentro. Rabiosa te muerdo, aprieto, araño, buscándote. No es tu sexo, ni tus brazos, ni tu piel, ni siquiera tu lengua. Abro los ojos y te miro. No eres tú, tan sólo un imberbe con un bonito cuerpo que no sabe como erizar mi piel. Se me llenan los ojos de lágrimas y conteniendo mi ira intento follármelo, mi cuerpo lo necesita de nuevo. Y te llamo a gritos silenciosos, y vienes. Y llenas ese cuerpo vacío que tengo entre mis brazos con tu presencia, y me penetras, me lames, me follas con tus palabras que acarician, y caemos en esa danza provocadora que agita nuestros cuerpos hasta bebernos el uno al otro en ese vaivén de fuego.
Por fin me duermo, en tus brazos, mecida en tu ternura, llena de ti, amore. Ven pronto, te deseo. Tuya.
Querido Henry:
ya sólo quedan unos días para vernos... ayer te pregunté que disfraz te gustaría que llevara, y no me supiste responder... así que según te colgué fuí sacándolos todos del armario para intentar decidirme por uno. Sólo verlos hizo que humedeciera mis braguitas, pensando en tu mirada lasciva cuando me vieras con cualquiera de ellos. Finalmente escogí uno. Me puse delante del espejo y sin mirarme me quité la ropa que llevaba puesta. Cogí las medias de rejilla rojas y me las subí pensando en como me las romperías para penetrarme. Al hacerlo se me enganchó uno de los hilos en el piercing que me puse en el clítoris, ese con el que quiero que hagas juguetear a tu lengua. Me dolió un poquito... de haber estado tú aquí me habrías dicho que más me iban a doler tus mordiscos.
Luego, la faldita de colegiala traviesa con la que hemos fantaseado alguna vez. Es muy cortita, apenas me cubre el culito. Sonrío pero aún no quiero mirarme... noto esa sensación en los pechos, la de cuando me pongo cachonda, y parece como si crecieran aún más. Escojo una camisa blanca, entallada... me voy atando los botones de abajo a arriba... no logro atarme los últimos. Me gusta verme los pechos sin sujetador, la camisa dejando entrever sus curvas, el bultito delator de mis pezones duros y hambrientos. Mi boca se entreabre... tú ya sabes lo que eso significa. Me empieza a faltar el aire, y jadeo un poco.
"Tu sexo te impregna la mente, se te sube luego a la cabeza. tienes un gran poder para mantener la ilusión. Sabes lo que sienten los hombres después de acostarse con una mujer. Quieren echarla de la cama. Contigo es tan emocionante antes como después. Nunca me sacio de ti"
«Cuando vuelvas te voy a dar una sesión de sexo y literatura –eso quiere decir follar y hablar, hablar y follar–. Te voy a abrir hasta la ingle. Te deseo. Te amo. Eres para mí toda la maldita maquinaria, como si dijéramos. Estar encima de ti es una cosa, pero estar cerca de ti es otra. Yo me siento cerca de ti, unido a ti; tú eres mía se reconozca o no. Cada día de espera es una tortura. Los cuento lenta, dolorosamente. Ven en cuanto puedas. Te necesito. Dios mío, quiero verte en Louveciennes, verte iluminada por la luz dorada de la ventana, con tu vestido verde del Nilo, el rostro pálido, una palidez helada como la de la noche del concierto. Te amo tal como eres. Amo tu espalda, la dorada palidez, la ladera de las nalgas, el calor de tus entrañas, tus jugos. Te amo mucho. Se me está trabando la lengua. Estoy aquí sentado escribiéndote con una tremenda erección. Percibo tu blanda boca cerrándose sobre mí, tu pierna que me agarra con fuerza, te veo de nuevo en la cocina levantándote el vestido, sentándote encima de mí y a la silla cabalgando por todo el suelo de la cocina haciendo cloc, che.»
"No soporto que estemos separados. Me siento en el suelo. Me acaricia el cabello. Me da besos alados en los ojos. Es todo ternura, solicitud. La sensualidad se agotó durante la tarde, pero baja los ojos y me muestra su deseo de nuevo prominente. Él mismo se sorprende: «Te quiero; ni siquiera pensaba en follar. Pero sólo con que me toques...» Me siento en sus rodillas y nos hundimos en la embriaguez de la succión. Durante un largo, largo rato sólo lenguas, los ojos cerrados. Luego el pene y el derrumbamiento de los muros de carne, asir, abrir, morder. Nos revolcamos por el suelo hasta que yo quedo agotada y permanezco inmóvil diciendo que no. Pero cuando me ayuda a quitarme el vestido y me abraza desde atrás, me levanto de un salto encendida de nuevo. Y después dormir, perdida, sin sueños".
"El deseo de Henry no se apaga nunca. Yo estoy dispuesta, abierta. Por la noche, libros, charla, pasión. Cuando vierte su pasión en mí, me siento hermosa. Le muestro un centenar de rostros"
"Henry y yo somos uno; yacemos soldados cuatro días. No con cuerpos sino con llamas.. Ninguna droga podría ser más potente. Qué hombre. Ha succionado mi vida y yo la de él. Ésta es la apoteosis de mi vida. Henry, Louveciennes, soledad, calor estival, olores estremecedores, brisas de cánticos, y, en nuestro interior, tornados y calmas exquisitas".