31/8/08

Sé que estás aquí...


Acabo de llegar. Una habitación cálida, las paredes pintadas de verde manzana, dos ventanas con las cortinas abiertas. En el salón, la puerta de la terraza está abierta, dejando pasar el abrasador aliento del desierto, que se adhiere a mi cuerpo como una lengua ardiente. Mi ropa está empapada en sudor. Me quito la chaqueta y el sombrero, que lanzo sobre la cama. Las sábanas están revueltas... y pienso en ti. Ayer estuviste ahí, entre mis brazos, entre mis labios, amasando mi cuerpo con tu vientre abierto. Exprimiéndome la vida, suavemente, con los movimientos de tus caderas, por mi erecto miembro dentro de ti. Hicimos el amor, nos follamos, saciamos nuestro sexo sediento... Pero, fue ayer? ... No puedo recordar cuándo te fuiste. Hace tanto que no te tengo en mis manos... tal vez fuese hace una semana... un mes?

Necesito un trago. Del mueble bar saco una botella de licor y me preparo un vaso con hielos. Después del primer trago que calma mi sed, llevo una silla hacia la terraza, pero la coloco delante de la puerta, sin salir, y me siento en ella. Me desabrocho la camisa y el sol quema mi piel blanca. Acaricio mi pecho desnudo, deslizando los dedos por el sudor que me baña. Paso el vaso por mi frente y los hielos se deshacen poco a poco al contacto. Oigo un ruido en la entrada...

Mi corazón se altera, mis ojos se abren y mis oídos intentan escuchar tu aliento. Pero no eres tú quien entra. Es ella otra vez. Lleva toda la semana viniendo. Me arregla el piso, recoge un poco y se va. Pero no le dejo que haga la cama, quiero que se quede así. Me saluda y comienza sus tareas, después de quitarse el sombrero y cambiarse de blusa. Por el reflejo del cristal veo cómo lo hace. Es guapa, no muy alta, pelo rojo. Tiene unos pechos grandes y turgentes que siempre me parece que van a romper el corsé que le ciñe, increiblemente pequeño en comparación a ellos. Cuando se quita la blusa, deja ver sus hombros desnudos y el pelo cayendo por su espalda. Justo hasta un lunar que tiene en medio de la espalda, entre los omoplatos. Creo que estoy teniendo una erección. No, no lo creo, mi polla está creciendo lentamente con la visión de su cuerpo medio desnudo. Ella se arregla despreocupadamente. Se coloca bien el corsé, metiendo la mano por sus pechos, sacándolos para que se vean bien entre los botones de la blusa. Los aprieta firmes hacia arriba y les da un pequeño vaivén. Mi erección ya no es pequeña. Tengo la polla dura como el hielo que me llevo a la boca, pero está ardiendo. Tan solo la miro, no muevo más que mi copa, aunque no puedo evitar pasar mi lengua por el borde del vaso, pensando que son sus pechos los que recorro.

Ha terminado de vestirse, ha cogido el plumero y se dirige hacia aquí. Siempre empieza cerrando la terraza, dice que el calor que entra por ella le producen sofocos y mareos. Y yo suelo dejarla, pero... cuando está a mi altura, junto a la silla, sin mirarla, sujeto su brazo. Ella no dice nada, sólo espera mirándome. Mi mano desciende y se pierde entre sus muslos. Subiendo poco a poco, llego hasta su sexo. Mi mano recorre sus braguitas húmedas. Meto mi mano entre sus piermas, por detrás, llegando hasta su vientre y comienzo a bajar su pequeña ropa interior. Ella, complaciente, mi mira nerviosa, sin moverse. Tan solo mueve sus pies para que pueda sacar sus braguitas negras transparentes. Apuro mi copa. Con mi boca sujeto el último hielo que quedaba y lo cojo con mi mano. Vuelvo a meter la mano por debajo de la falda y llevo el hielo hasta el clítoris que intuyo duro como mi polla, pugnando por salir de mis pantalones. Ella me la está mirando, dudando qué hacer. Pero se estremece y muerde el labio al contacto del hielo, mientras se le escapan pequeños gemidos. El hielo se deshace en su interior, mezclándose con sus flujos vaginales, que caen por sus muslos.

Ella me mira, sonriente, tímidamente, y se arrodilla delante de mí. Mientras comienza a quitarme los pantalones, cierro los ojos. ... Por qué tienes que venir ahora? no deberías estar en mi cabeza. Al menos no mientras ella me está chupando la polla. No deberías saber cómo mordisquea mis huevos mientras agita mi verga enhiesta. No quiero que veas cómo se la va metiendo en la boca, poco a poco, hasta que no queda nada fuera, mientras me mira. No quiero que sepas que ya ha perdido su timidez para convertirse en una pequeña zorra viciosa deseando follar conmigo y que la llene con mi polla.

Abro los ojos. Ella sigue chupando disciplinada mi polla. La levanto y la miro, se limpia la saliva de sus labios, mezclada con mi semen, a punto de derramarse en su boca. Levanto su falda, dejando a la vista su coño bien rasurado. La agarro de la cintura y la echo sobre mis rodillas, con el culo en pompa. Esto te gustaba, verdad? cuando te daba aquellos azotes gritabas como una perra en celo. Mientras pienso esto, su culo se ha enrojecido ya de los cachetes. Ni siquiera ha gritado. Aprieta los dientes con fuerza y disfruta en silencio de mi dominio. La levanto y la siento a horcajadas sobre mi, pero dándome la espalda. Sujeta mi polla enrojecida con sus manos y se sienta sobre ella lentamente, metiéndosela poco a poco y dejando salir un suspiro por su boca. Realmente me gusta follar con ella, pero...

Ella se arranca la blusa, saltando los botones por la habitación, y saca sus pechos por encima del corsé, que reciben mis manos abiertas. Se mueven arriba y abajo al ritmo de mis embestidas. Sujeto los pezones tiesos y ella grita. Cuando follábamos así, siempre gritabas mi nombre. Apoyabas tus manos en mis rodillas, te inclinabas hacia delante, volvías tu cara hacia mi y movías tu cuerpo salvajemente, tu culo agitado, clavándote mi polla una y otra vez hasta el fondo. Llevo mis manos a su coño chorreante, y me quema su contacto. No deja de moverse y no deja de gritar. Ahora gime y jadea como una posesa, mis manos agitándo su clítoris, a punto de correrse. Yo noto como mi orgasmo está cerca, pero se resiste. Quiero que te vayas, no, no lo quiero. Quiero correrme sobre tí.

Se está corriendo. Su cuerpo recibe el orgasmo complacido, ansioso de que siga y siga dándole placer. Mis dedos siguen apretando su clítoris y con la otra manos, saco mi polla de su vagina, para correrme con el movimiento de mis dedos sobre ella. Mi semen comienza a salir, mientras aprieto mi polla, exprimiéndola. La agito con fuerza, mis huevos se golpean entre sí, sin dejar de salir la esencia de mi vida. Cierro los ojos.


Esto es para ti, mi amor. Te echo de menos.


Foto: Ellen Von Unwerth

24/8/08

París


Amor mío:

no puedo dejar de pensar en nuestro último encuentro en París, aún resuenan en mis oídos las notas de aquel acordeón y siento tu aliento tibio llevándome a la locura, esa locura que nos ata dulcemente y nos tiene atrapados en nuestros deseos.

Yo debía llegar al hotel, y esperar allí, en nuestra habitación, a tus indicaciones. Ver allí tus cosas me excitó... confieso que abrí el armario para buscar tu aroma, aunque la ropa allí dispuesta no me entregó más que un olor a limpio, a tintorería, que no era el que mi cuerpo retiene desde que te conocí. Tampoco la almohada lo hizo, y comencé a desesperarme. Fué entonces cuando llegó el botones con una nota tuya: en Maxim's a las 9. Hubiera preferido que fueras tú el que apareciera, pero sabía de tu gusto por las sorpresas y me apresuré a vestirme.

Llovía ligeramente en París, aunque era de agradecer pues el calor era sofocante. Tú ya me esperabas en una mesa junto a un gran ventanal mostrándonos París de noche. Te levantaste y me besaste la mano, sin apartar la mirada de mis ojos, sonriendo con esa sonrisa maliciosa, divertida, que me atrae tanto. Sin soltarme la mano, pediste al maitre unas ostras y champagne, el mejor, por supuesto. Yo sólo tenía hambre de ti, y tú, sabiéndolo, disfrutabas torturándome con aquella espera. Nos quedamos mirándonos, absortos el uno en el otro, besándonos y devorándonos sin aproximación alguna. Creo que hasta el camarero lo notó cuando nos trajo la cena. Ví como miraste las ostras y sonreiste ligeramente. Luego apretaste con firmeza el limon en tu mano, dejando caer unas gotas sobre ellas... sentí mi piel estremecerse. Acercaste tus dedos a una de ellas, y la acariciaste con suavidad, lentamente, para luego acercártela a tus labios, esos labios que tanto deseaba morder, e introducirla en tu boca. Mi cuerpo gritó, y sé que tú lo oías, amore. Repetiste la operación, pero esta vez conmigo. Cuando sentí tus dedos acariciando mis labios creí que podría desmayarme de placer, y sonreiste adivinándome. No pronunciamos palabra, no era necesario.

El champagne fué relajando mi tensión, hasta el punto de hacerme desear arrancar el mantel con todo lo que había encima, y amarte allí mismo. Tú lo intuíste y negaste con la cabeza. Pagaste y salimos de allí, de la mano. Caminamos hasta uno de los puentes sobre el Sena, donde me atrajiste hacia ti y me besaste ansioso, salvaje. Sentí tu sangre dispuesta a entrar en mi cuerpo, a confundirse con la mía. Y entonces... aquellas notas de acordeón que nos embrujaron hasta el lugar de donde provenían.

Era un pequeño local de Pigalle, lleno de humo de cigarrillos y parejas bailando, y sin pensármelo te conduje de la mano hasta la pista, donde nos abrazamos al son de la languidez de aquel viento. Los dos, bailando, muy pegados, contoneando nuestros cuerpos como si fueran uno, amándonos sin mirarnos. Agarraste mi barbilla, y clavaste tus ojos en los míos. Nuestras bocas se fundieron de nuevo, al tiempo que nuestros cuerpos iniciaban su propia danza... de pronto estábamos en mitad de la pista, solos, en silencio, con la luz de la luna bañándonos desde un pequeño ventanuco, y toda la gente del local formando un corro a nuestro alrededor, un corro silencioso, como si fuesen a contemplar una ceremonia sagrada.

Me besaste de nuevo, y fuiste bajando por mi cuello hasta el inicio de mis pechos. Lentamente fuiste desabrochando mi camisa ajustada, acariciando la curva de mis pechos con el dorso de tu mano. Yo te dejaba hacer, hipnotizada con tus movimientos, plena de deseo hacia ti, consciente del deseo de todos los que nos miraban, excitados, como si nuestro deseo fuera el humo que llenaba la sala. Miré al hombre del acordeón y supo lo que quería, y se apresuró a traerme su silla. Tú me sentaste y me tapaste los ojos con tu pañuelo. Sentir tu olor sobre mí me excitó sobremanera. Te arrodillaste, y fuiste bajando con pequeños besos por mis pechos, hasta llegar a mis pezones, que lamiste con destreza. Mientras tus manos subieron mi falda estrecha, dejando mis piernas al descubierto. Te imaginé contemplando el encaje de las mismas, y noté tus dedos estirando nerviosos las ligas, tensas sobre mis muslos. Yo comencé a jadear, tal era mi deseo de ti. No poder ver tus movimientos me hacía desearte aún más.

Entonces sentí tu aliento cálido junto a mi clítoris. Me toqué los pechos, ardiendo como toda yo, y escuché el ligero sonido de tu ropa cayendo al suelo. Y de pronto la sentí, junto a mis labios, rozándolos golosa, y abrí mi boca para atraparla y recorrerla con mi lengua. Mientras tú musitabas: "muy bien, zorrita mía, cómemela entera, como tú sabes" y yo la devoraba como si me fuera la vida en ello, mientras atraía tus nalgas hacia mí, apretándolas. "Basta ya", ordenaste. Y supe que venías a mí, directo a lamer mi clitoris que te esperaba mojado y anhelante... recliné mi cabeza hacia el respaldo de la silla, acariciándome los pechos, muriendo de placer, mientras tú me acercabas tus dedos para que los comiese como si de pequeñas pollas se tratasen... hasta que me corrí en tu lengua insistente, entre largas oleadas de placer.

El acordeón paró, y comenzaron a escucharse una especie de tambores africanos. Me cogiste de la mano, para izarme, y susurrarme al oído: "Ahora te voy a follar bien follada, todos lo esperan, no me defraudes". Me llevaste hasta lo que debía ser una mesa, donde me pusiste boca abajo. Sentí tus manos amasando mi culo, y me sentí de nuevo toda sexo. Aproximaste tu miembro erecto al espacio entre ambas, donde empujaste suavemente intentando hacerte camino, mientras con la otra mano frotabas mi clítoris. Me penetraste y deseé que tuvieras dos penes. Cada embestida aumentaba mi deseo, hasta límites insospechados. Saliste de mí, y noté como los que nos observaban contenían la respiración. Me volteaste sobre la mesa, besando mi boca, mis pechos, para penetrarme de nuevo, y convertirte de nuevo en mi dueño, dueño de mi erotismo, de mi sexo, de toda yo.

A punto de corrernos, me incorporé para abrazarme a tí, sentirte entero dentro de mí, y ser uno mientras los espasmos nos recorrían y fundían. Bebí de tu boca, que me mordisqueó. Oirte susurrarme "muy bien, preciosa... eres única", endureció mis pezones... lo notaste y supe que te divertía. Entonces te volviste hacia los que nos contemplaban: "Mi amada quiere más, y yo estoy agotado. ¿Algún voluntario?". El silencio era atronador. Debieron levantar la mano varios, porque tú me quitaste el pañuelo para que eligiera. Sabía que te excitaba, y me decidí por un jovencito. Él se aproximó tímidamente, como pidiéndote permiso, y tú se lo concediste. Aproximó su polla hacia mi boca, pero no tuve tiempo ni de abrirla, pues se corrió sobre mis pechos. Tú le apartaste con una mueca de fastidio, y me limpiaste con el pañuelo empapado en champagne. Nos miramos y sonreímos. "Te deseo de nuevo" susurraste. Y abrazándonos, nos fuimos, corriendo bajo la lluvia ligera del cielo de París, hasta nuestra habitacion de hotel, donde seguimos amándonos hasta el amanecer, muriendo el uno en el otro.

Cuento los días para nuestro próximo encuentro, amore. Tuya, June.

Foto: Helmut Newton

23/8/08

Tu olor...


Tan sólo quiero tenerte entre mis brazos. Ese deseo llena mis días interminables en la distancia. Me pregunto cómo he podido, siquiera, poder respirar hasta hoy, cuando tus besos no recorrían mi piel erizada. Mi cuerpo me pide continuamente tenerte cerca, gritando desesperado por tocar tu cuerpo. Ese cuerpo lascivo, hecho para mi sexo, que acaricio mentalmente mientras sujeto mi polla erecta para retenerte junto a mí.

Te imagino sobre mí, apretando mis piernas entre las tuyas. La cabeza hacia atrás, mostrándome tus pechos ardientes, revolviéndote el pelo. Esa imagen me tortura una y otra vez, ya que no puedo llegar hasta ellos. Están tan lejos como mis pies del suelo firme. Me siento flotando en tus fluidos vaginales, me siento parte de ellos, recorriendo tus cavidades carnosas en busca de aquel lugar pequeñito que te hace explotar. Dios, tus gemidos y tus jadeos resuenan en mi cabeza tan cerca...

Me doy la vuelta y empujo contra el colchón de mi cama vacía mi miembro extasiado, sin dejar de agitarlo con mis manos. Una vez estuviste aquí, sobre este colchón, y tu olor sigue hirviendo mi sangre. Olor de tu pasión, aroma de mi lujuria, esencia de nuestros orgasmos. Tu cuerpo nunca ha dejado de correrse sobre mi, cada día, cuando me despertaba entre sudores y espasmos.

Quisiera volver a sentir tus nalgas jugando entre mis manos, tus pechos reposando entre mis labios, tu risa ensordeciendo los truenos de la tormenta. Mis labios sangran tu ausencia, mordidos por mi desesperación. Me miro en el espejo, solo, y veo tus manos apareciendo por detrás. Me sujetan por el pecho, acarician mi vientre, arañan mi cuello, mmm, se pierden en mi entrepierna... Creo que voy a correrme, mi cuerpo agotado, extenuado, tembloroso. Pero no puedo, no quiero hacerlo... sin ti.


Foto: Robert Mapplethorpe

21/8/08

Senti-dos

Mi amado Henry:

mi último amante duerme plácidamente junto a mí, exhausto, mientras releo tu última carta. Me emociona verte relatar uno de nuestros momentos furtivos y clandestinos, robados al mundo, a la noche; uno de esos momentos que han abierto nuestros poros, hecho gritar a nuestras almas y nos han sumido en un infierno delicioso, infierno de jugos, sudores, gemidos, espasmos, temblores, éxtasis... pero también de nuestras miradas, susurros, alientos, caricias y besos.

Ahora tengo la certeza de que estoy viva, ahora que te tengo junto a mí. No recuerdo nada de antes, ni sé lo que será mañana. Sólo sé que despierto para tus palabras, vivo en tus sentidos y muero en tus brazos. Aún en la distancia te siento en mis venas, corriendo junto a mi sangre para acelerar mis latidos, para agitar mi respiración y envolverme en una nube azul de sensaciones.

Algo tan simple como escribirte estas líneas, saber que tus dedos se posarán donde primero han estado los míos, que tu nariz aspirará el aroma que penetre desde mi piel esta carta, que tu mirada recorrerá mis trazos redondeados, que oirás crujir al papel como la madera de la que proviene entre tus manos, incluso que puede que pases tu lengua por el interior de la solapa del sobre para recoger mi saliva y hacerla tuya... algo tan simple, te decía, hace que de nuevo me azote tu corriente desde la lejanía.

Entonces, cierro los ojos y me agacho sobre tu nuca y me dejo embriagar con tu olor a hombre. Y sonrío porque adivino tu sonrisa sobre la almohada, y te beso, beso y camino sobre tu cuello y tu espalda, hasta que te vuelves con tu deseo intacto hacia mí. Te cubro impaciente, clavando en mí tu miembro erecto que me posee como sólo tú, amore, sabes hacerlo. Mi lengua busca la tuya, mi ombligo se contrae una y otra vez al ritmo de mis jadeos. Pero falta algo, no te encuentro. Rabiosa te muerdo, aprieto, araño, buscándote. No es tu sexo, ni tus brazos, ni tu piel, ni siquiera tu lengua. Abro los ojos y te miro. No eres tú, tan sólo un imberbe con un bonito cuerpo que no sabe como erizar mi piel. Se me llenan los ojos de lágrimas y conteniendo mi ira intento follármelo, mi cuerpo lo necesita de nuevo. Y te llamo a gritos silenciosos, y vienes. Y llenas ese cuerpo vacío que tengo entre mis brazos con tu presencia, y me penetras, me lames, me follas con tus palabras que acarician, y caemos en esa danza provocadora que agita nuestros cuerpos hasta bebernos el uno al otro en ese vaivén de fuego.

Por fin me duermo, en tus brazos, mecida en tu ternura, llena de ti, amore. Ven pronto, te deseo. Tuya.


Foto: Koen Demuynck

Érase un sofá rojo


Mi adorada June:

No sabría cómo explicarte lo que mi mente excitada y mi cuerpo erizado sienten en estos momentos. Llevo días intentado que mi sangre circule normalmente, sin agolparse a borbotones sobre mi sexo. Cada mañana oigo tu nombre sobre mi erección, que me recuerda, una y otra vez, aquel día tan cercano en el que nuestros cuerpos, confundidos en su olor, se buscaron, se desearon, se saborearon…

Sin apenas conocernos, pero sabiendo que nuestros cuerpos ya se rozaban en la distancia, nos dejamos llevar por deseos susurrados de pasión y frenesí. Poco a poco, el calor de aquella noche, hizo que las gotas de sudor se convirtieran en feromonas exprimidas para nuestra desesperación. Y nuestras miradas nos dijeron que estábamos allí para unirnos, al fin, mente con mente, cuerpo a cuerpo, mi sexo y tu sexo.

Sin más dilación, sentados sin apenas rozar mi sofá rojo, comenzamos a besarnos, tímidamente, reteniendo nuestros cuerpos erectos que deseaban el contacto inmediato. Mis labios se deslizaron entre los tuyos, humedeciéndose a su contacto, recorriendo toda su carnosidad temblorosa que aún me excitaba más. Aquellos rizos me hipnotizaron de tal manera que mi lengua ansiosa buscaba tras ellos la curva de tu cuello, por la cual deseaba deslizarme. En aquel momento comencé a escuchar tus primeros jadeos, comprimidos, que penetraban en mi mente como yo deseaba hacerlo en ti.

Mientras te retiraba lentamente los tirantes de tu picardías, mi pene enardecido imaginaba cómo llegar hasta tu calor húmedo, que se dejaba ver, poco a poco, al final de tus muslos. Tus pechos aparecieron ante mí esplendorosos, agitándose al ritmo excitado de tu pecho. Recorrerlos con mis labios y mi lengua hizo llegar la sangre a mi cabeza como si fuesen campanadas. Sentía cómo tus pezones endurecían con mi lengua traviesa. Mirarte en aquel estado aumentaba mi excitación, lo que hizo brotar en mí una sonrisa, a la vez que mis ojos ardían en el deseo.

Para cuando me empujaste sobre mi espalda y empezaste a recorrer mi polla con suave deleite, mi vista estaba completamente nublada. Ni siquiera pude ver cómo la agitabas entre tus manos, cómo jugabas con tu lengua, lamiendo sus venas inflamadas por tu fuego. Y yo sólo podía pensar en tu sexo ardoroso, tu vagina húmeda, tu clítoris enhiesto. Imaginándome, como más tarde haría, explorando tus entrañas, buscando el ‘punto’ exacto de tus gemidos, agitando arrítmicamente tu lujuria. Imaginaba tu cuerpo encorvarse al contacto de mi lengua, al tacto de mis dedos.

A partir de ahí, todo fue locura y frenesí. Tu cuerpo sobre el mío penetrado una y otra vez. Tus piernas aferrándose a mí, para no dejar escapar un segundo del placer compartido. Idas y venidas entre jadeos, gritos y gemidos, que no hacían más que intensificar nuestra orgásmica fusión.

Eso es lo que fuimos, fusión. Dos cuerpos mezclados sin saber quién eras tú y quién yo. Dónde terminaba mi cuerpo y comenzaba el tuyo. Unidos por nuestros sexos derretidos.

Recuerdo cómo me miraste al terminar, los ojos bien abiertos, mostrándose dulces y llenos de ternura. No pude dejar de besarlos de nuevo. Y no pude esconder mi sonrisa, llena de ti.

Un beso, mi dulce niña.


Foto: Nic Marchant

20/8/08

El disfraz



Querido Henry:

ya sólo quedan unos días para vernos... ayer te pregunté que disfraz te gustaría que llevara, y no me supiste responder... así que según te colgué fuí sacándolos todos del armario para intentar decidirme por uno. Sólo verlos hizo que humedeciera mis braguitas, pensando en tu mirada lasciva cuando me vieras con cualquiera de ellos. Finalmente escogí uno. Me puse delante del espejo y sin mirarme me quité la ropa que llevaba puesta. Cogí las medias de rejilla rojas y me las subí pensando en como me las romperías para penetrarme. Al hacerlo se me enganchó uno de los hilos en el piercing que me puse en el clítoris, ese con el que quiero que hagas juguetear a tu lengua. Me dolió un poquito... de haber estado tú aquí me habrías dicho que más me iban a doler tus mordiscos.

Luego, la faldita de colegiala traviesa con la que hemos fantaseado alguna vez. Es muy cortita, apenas me cubre el culito. Sonrío pero aún no quiero mirarme... noto esa sensación en los pechos, la de cuando me pongo cachonda, y parece como si crecieran aún más. Escojo una camisa blanca, entallada... me voy atando los botones de abajo a arriba... no logro atarme los últimos. Me gusta verme los pechos sin sujetador, la camisa dejando entrever sus curvas, el bultito delator de mis pezones duros y hambrientos. Mi boca se entreabre... tú ya sabes lo que eso significa. Me empieza a faltar el aire, y jadeo un poco.

Dudo con el calzado. Si no fuera a ser sorpresa llamaría para preguntarte que prefieres. Me pruebo unas merceditas, de esas que tienen una tira para abrochar a un lado, pero con unos tacones vertiginosos... creo que te gusten, y si no ya haré yo para compensarte. Me recorre un escalofrío imaginando las múltiples maneras en que te podría compensar, y una sonrisa maliciosa asoma en mi boca. Me miro por fin al espejo. Me gusta el resultado, aunque faltan dos detalles. Divido mi melena en mechones para hacerme unas trenzas, que termino en dos lacitos rojos. Me estremezco pensando como tirarás de esos lacitos para deshacerlos. Por último, me aplico rouge en los labios.

Me encuentro tan arrebatadora que hasta me excito con mi visión en el espejo... no sabes como me gustaría que estuvieses aquí en estos momentos. De nuevo soy la colegiala que se sienta en primera fila y que te pone nervioso cada día. Sabes que no llevo ropa interior, y eso te turba. Y sé que un día has podido ver el brillo de ese piercing que agujerea uno de mis pulsadores de placer. Desde mi asiento te provoco con mi mirada, curiosa mezcla de ingenuidad y pasión, con mis labios húmedos, con mi postura en la silla, con el erotismo que desbordan mis poros juveniles. Y tú... llega un momento en que ya ni te atreves a levantarte de tu mesa de profesor, como si te protegiese de mis incitantes diabluras.

Llega el día en que doy un primer paso, y me quedo la última para pedirte que me expliques ese complicado teorema que aparento no entender... como sigue la historia, será algo que te contaré en persona. Sólo te puedo decir que al imaginarla me entraron tantas ganas de follarte y de que me follaras que me senté en el borde de la cama, con el espejo delante... toqué mis pezones por encima de la camisa, pellizcándolos... luego mis manos no pudieron parar imaginando que eran las tuyas acariciándome. Saqué del cajón la polla que me regalaste para cuando no estás a mi lado e inmediatamente me inundaron todos los recuerdos de nuestros encuentros. No me hizo falta romper las medias, al ser de rejilla grande, aunque sé que tú me las romperás seguro y me introduje el aparato en mi coño hambriento de ti. La imagen del espejo es realmente erótica: mi mirada febril, mis labios húmedos recorridos por mi lengua, mis pechos duros asomando por la camisa desabrochada, acariciados por una de mis manos y el consolador entrando y saliendo entre mis piernas abiertas. Me corrí con tu mirada fija en mí... complacida, excitada. Te beso, amore.

Foto: Michael Helms