20/8/08

El disfraz



Querido Henry:

ya sólo quedan unos días para vernos... ayer te pregunté que disfraz te gustaría que llevara, y no me supiste responder... así que según te colgué fuí sacándolos todos del armario para intentar decidirme por uno. Sólo verlos hizo que humedeciera mis braguitas, pensando en tu mirada lasciva cuando me vieras con cualquiera de ellos. Finalmente escogí uno. Me puse delante del espejo y sin mirarme me quité la ropa que llevaba puesta. Cogí las medias de rejilla rojas y me las subí pensando en como me las romperías para penetrarme. Al hacerlo se me enganchó uno de los hilos en el piercing que me puse en el clítoris, ese con el que quiero que hagas juguetear a tu lengua. Me dolió un poquito... de haber estado tú aquí me habrías dicho que más me iban a doler tus mordiscos.

Luego, la faldita de colegiala traviesa con la que hemos fantaseado alguna vez. Es muy cortita, apenas me cubre el culito. Sonrío pero aún no quiero mirarme... noto esa sensación en los pechos, la de cuando me pongo cachonda, y parece como si crecieran aún más. Escojo una camisa blanca, entallada... me voy atando los botones de abajo a arriba... no logro atarme los últimos. Me gusta verme los pechos sin sujetador, la camisa dejando entrever sus curvas, el bultito delator de mis pezones duros y hambrientos. Mi boca se entreabre... tú ya sabes lo que eso significa. Me empieza a faltar el aire, y jadeo un poco.

Dudo con el calzado. Si no fuera a ser sorpresa llamaría para preguntarte que prefieres. Me pruebo unas merceditas, de esas que tienen una tira para abrochar a un lado, pero con unos tacones vertiginosos... creo que te gusten, y si no ya haré yo para compensarte. Me recorre un escalofrío imaginando las múltiples maneras en que te podría compensar, y una sonrisa maliciosa asoma en mi boca. Me miro por fin al espejo. Me gusta el resultado, aunque faltan dos detalles. Divido mi melena en mechones para hacerme unas trenzas, que termino en dos lacitos rojos. Me estremezco pensando como tirarás de esos lacitos para deshacerlos. Por último, me aplico rouge en los labios.

Me encuentro tan arrebatadora que hasta me excito con mi visión en el espejo... no sabes como me gustaría que estuvieses aquí en estos momentos. De nuevo soy la colegiala que se sienta en primera fila y que te pone nervioso cada día. Sabes que no llevo ropa interior, y eso te turba. Y sé que un día has podido ver el brillo de ese piercing que agujerea uno de mis pulsadores de placer. Desde mi asiento te provoco con mi mirada, curiosa mezcla de ingenuidad y pasión, con mis labios húmedos, con mi postura en la silla, con el erotismo que desbordan mis poros juveniles. Y tú... llega un momento en que ya ni te atreves a levantarte de tu mesa de profesor, como si te protegiese de mis incitantes diabluras.

Llega el día en que doy un primer paso, y me quedo la última para pedirte que me expliques ese complicado teorema que aparento no entender... como sigue la historia, será algo que te contaré en persona. Sólo te puedo decir que al imaginarla me entraron tantas ganas de follarte y de que me follaras que me senté en el borde de la cama, con el espejo delante... toqué mis pezones por encima de la camisa, pellizcándolos... luego mis manos no pudieron parar imaginando que eran las tuyas acariciándome. Saqué del cajón la polla que me regalaste para cuando no estás a mi lado e inmediatamente me inundaron todos los recuerdos de nuestros encuentros. No me hizo falta romper las medias, al ser de rejilla grande, aunque sé que tú me las romperás seguro y me introduje el aparato en mi coño hambriento de ti. La imagen del espejo es realmente erótica: mi mirada febril, mis labios húmedos recorridos por mi lengua, mis pechos duros asomando por la camisa desabrochada, acariciados por una de mis manos y el consolador entrando y saliendo entre mis piernas abiertas. Me corrí con tu mirada fija en mí... complacida, excitada. Te beso, amore.

Foto: Michael Helms

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