28/9/08

Tu presente ausencia


Amore:

los días que pasan entre nuestros encuentros son una auténtica tortura. Ya ninguna de las cosas que antes me agradaban me produce placer alguno, pues soy incapaz de concentrarme en algo que no seas tú, tu olor, tus caricias, tu voz... pero al mismo tiempo, también es verdad que te veo en todos sitios: por la calle, en los reflejos de los escaparates, en aquel banco junto al mar, en mi mirada diaria al espejo... te oigo entre las voces del mercado, susurrando a mi oído mientras tomo el café en una terraza atestada de gente vacía, en la ópera cuando intento sentir a la soprano; aspiro tu aroma entre las frutas y verduras del mercado, en la brisa que enreda burlona a las olas... te atrapo en mi boca junto a los jugosos tomates, el pan tierno y caliente, mi té amargo del ocaso. Te siento en cada instante, mi amor.

Así van pasando los días, con tu ausencia presente, en este verano tórrido, cuya monotonía se ha visto interrumpida por la llegada de Laura, de la que creo haberte hablado en alguna ocasión. Su marido es comandante de un navío, y pasa largas temporadas fuera, por lo que me decidí a invitarla a casa, así me hará compañía durante este largo periodo estival. Es una criatura encantadora, que conserva la capacidad de asombro de los niños, junto a una morbosa curiosidad por todo lo desconocido. Su pelo negro y brillante parece seda, y sus ojos.. qué ojos, querido: grandes, profundos, con un inconfundible brillo travieso. Juntas nos divertimos como niñas, nos encanta andar desnudas por la casa, Evas libres de prejuicios mundanos, gozamos riéndonos de todo y todos.



Cada día hablamos de ti, ella está deseando conocerte, a ti, a mi amante, a mi amado Henry. Cada noche le relato nuestros encuentros clandestinos, lo que provoca en ambas un constante estado de excitación. Creo que puedas entender que estando como estamos solas, hayamos caído la una en los brazos de la otra. Sabes que no es la primera vez que estoy con una mujer, pero querido, Laura es especial. Lo comprobarás cuando la conozcas: puede ser la más dulce y al mismo tiempo la más perversa de las criaturas.



Anoche hacia mucho calor y la luna brillaba plena. Las dos tumbadas sobre mi cama, aún vestidas, pues acabábamos de subir tras cenar en el porche, fumábamos un cigarrillo en silencio. Ella se incorporó sobre su brazo y me miró. "Cuéntame otro encuentro con Henry", me pide maliciosa. Su mirada me turba y excita al mismo tiempo. Sonrio ligeramente y sin levantar la voz le voy contando, sin omitir detalles. Cuando termino reparo en que tiene una cámara fotográfica en su mano. "Ni te muevas, quiero que Henry te vea así, con esa cara que pones cuando hablas de él", y sin darme tiempo a replicar, dispara.



"Estás muy bella, June, tan llena de Henry... asoma en cada uno de tus poros", me dice observándome. Mordisquea su labio inferior pensativa. "Déjame que te haga más fotos: no quiero que Henry se pierda verte así, desprendes sensualidad". Tira de mi mano para sentarme sobre la cama, y me va desatando los botones de mi camisa, lentamente. Luego dispara de nuevo. No parece muy convencida, e introduce su mano por debajo de la camisa, y acaricia mis pezones de forma delicada. Vuelve a disparar.




Se agacha sobre mis labios, humedeciéndolos con su lengua, una lengua pequeña y suave. Hace ademán de separarse, pero mi mano retiene su nuca atrayendo su boca de nuevo hacia mí. Nuestros labios quedan atrapados en una vorágine de lenguas, dientes y saliva. Coge de mi vaso de vodka un hielo que pasa por mi piel. El hielo se funde al contacto, como si esta quemara. Laura se aparta un momento para susurrarme al oído "Me encantaría que Henry estuviera aquí, mirándonos...".


Escuchar aquella frase que su aliento tibio deposita en mi cabeza aumenta mi deseo. Mi deseo hacia ella, mi deseo a que tú estés a nuestro lado... "Túmbate, querida". Obedezco sin rechistar, como hipnotizada por su voz, por su mirada que me penetra. Abre mi camisa y acaricia con su dedo índice mi ombligo, dibujando círculos a su alrededor. Fotos y más fotos. Luego se agacha y lo penetra con su lengua. Su pelo suave acaricia mi vientre. Deseo su lengua en mi clítoris, que noto húmedo bajo mi ropa.

Ella levanta su cabeza y supongo que sabe de mi deseo, porque baja la cremallera de mi falda, que desliza por mis piernas. Sus manos suben por mis muslos con caricias pausadas, hasta llegar a mis braguitas. Como por arte de magia aparecen en sus manos unas pequeñas tijeras y decidida las aproxima a mi piel. Noto el frío acero mientras ella las corta. Su boca se entreabre... gimo presintiendo su acercamiento, pero se limita a atrapar las braguitas con sus labios carnosos y tirar de ellas. "Tienes una hermosa duna, la fotografiaré para que Henry se pierda en tus desiertos siempre que la observe".


Mi duna se transforma en oasis jugoso, cuando pienso en ambos contemplándola. "Así me gusta, querida, a Henry le encantará ver lo mojada que estás. Quiero que te masturbes para él. O para mí, o para los dos, como desées. Quiero ver tus dedos resbalando en tus fluidos, quiero verte gozar..." Tiene una voz muy sugerente, con la que parece besar cada centímetro de mi piel. Miro a su cámara, disfrutando de mi sexo, amasando mis pechos duros, mientras ella no para de disparar.



Estoy a punto de correrme, cuando ella detiene mi mano. "Espera: quiero ver tu culo, y que lo vea él. Muéstramelo, no te arrepentirás". Quiero intuir una promesa en su frase, y me apresuro a darme la vuelta. Ella enfoca, ordena, me va moviendo y desliza sus dedos entre mis nalgas, hasta mojarlos en los jugos de mi coño.

Me manda ponerme a cuatro patas, se aparta de mí, y oigo el clic de la cámara que no para. Luego cesa el ruido. Noto que posa la cámara. La miro y veo como se desprende de su ligero vestido veraniego. Traviesa sonríe mientras baja sus braguitas y se acerca para girarme... Me abre las piernas y su boca muerde suavemente mis labios vaginales, para luego lamer voraz mi clítoris. Su lengua se introduce en mi coño caliente que responde a su insistencia corriéndose en espasmos de placer que parecen no acabar.



Ella monta sobre mi a horcajadas, y siento como arrastra su cuerpo sobre el mío lentamente, impregnándolo de su esencia, de su olor, de su magia... Su coño húmedo se frota contra el mío, tiro de sus pezones hasta lograr que sus jugos se mezclen con los míos. Las dos gritamos convulsas, y ella caé sobre mi pecho agotada y sonriente. Acaricio su pelo revuelto cuando oímos un ruido proveniente de la terraza abierta. Las dos nos volvemos y vemos saltar un gato desde la barandilla del balcón. Nos observa curioso con sus ojos verdes, como los tuyos. Laura y yo prorrumpimos en sonoras carcajadas que rompen el silencio de la noche. Ojalá hubieras estado allí en esos momentos, querido. ¿O estabas?

P.D.: Por fin te mando esas fotos mías que tanto anhelabas. Laura te envía un beso ardiente y me pide que te diga que vayas pensando en la próxima sesión, que haremos cuando vengas, y en la que tú serás quien decida las fotos a sacar. Te beso, amore.

22/9/08

Impaciencia


‘Vamos, date prisa –me dijiste– quítate la ropa y follemos de una vez. Estoy muy mojada y tenemos poco tiempo’ ‘Poco tiempo? –pensé– pero si acabamos de llegar y hasta dentro de dos horas no tiene que volver…’

Eres una impaciente, amor. El deseo que hierve tu sangre es más fuerte que tú, te impulsa hacia mi cuerpo como un rayo incandescente. Tan solo puedes pensar en tener dentro de ti mi verga erecta, pero el placer es algo que necesita su tiempo, creo yo. Tiempo para disfrutar de él, saborearlo, tentarlo, degustarlo… Sabes que me gusta besarte en el cuello, para que cierres los ojos. Sabes que me gusta acariciar tu espalda para erizar tu vello. Sabes que me gusta recorrer tus pechos con la punta de mi lengua, para que te muerdas el labio.

‘Arráncame las bragas de una vez’ gritaste desesperada mientras enredabas tu pierna en mi cintura, al tiempo que tu falda subía, mostrando tus medias de rejilla enganchadas al liguero. Cierto es que al mínimo contacto contigo experimento una excitación y deseo fuera de lo común. Mis piernas tiemblan, el sudor aparece en mi frente, mis manos dubitativas…

Allí estábamos, de pie, apoyados contra un árbol, besándonos. Bajé mi mano y palpé tu sexo sediento, a la vez que ahogado en flujos de pasión. Me mordiste el labio al hacerlo, con los ojos abiertos, suplicándome. Metí mi mano por dentro de tus braguitas, esas transparentes que tanto me gustan, con lacitos…y al primer contacto con tu clítoris tenso, tiré de mi mano y las rasgué sin dificultad. Sonreíste. Y mientras volvías a besarme desabrochabas mi pantalón. Sin darme casi cuenta, mi polla enervada se introducía por tu desfiladero vaginal, precipitándose al vacío de tu incontrolable sexualidad. Apretaste mi cuerpo al tuyo, cerraste tu círculo conmigo dentro de ti.

Tres minutos de jadeos, embestidas y mordiscos sirvieron para sacar de mi lo que tanto buscabas y uno más para escuchar tus gemidos a la vez que tu cuerpo convulsionaba al ritmo del orgasmo. Volviste a sacar lava de mi volcán, corriendo por las entrañas de tu ingle abrasadora.

Sólo tuve que subirme los pantalones y bajar tu falda, para que, sin dejar de besarnos, corriésemos entre los árboles del parque hacia nuestra desalentadora rutina diaria.

No sé cuándo volveríamos a vernos, pero ya estaba impaciente.

13/9/08

Shopping and sex


Mi amado Henry:


Aún sonrío recordando la incidencia de nuestro último encuentro, y es que eres muy, pero que muy malo... y sabes que eso me encanta. Cuando me citaste en unos grandes almacenes me sorprendió, pues sé que no eres hombre de compras en lugares de tanto bullicio, con lo que comencé a preguntarme la razón de tal hecho mientras me encaminaba al lugar. Me esperabas en la puerta, y cuando me besaste advertí excitación en tu mirada. Me cogiste del brazo sin pronunciar palabra y atravesamos el centro a paso rápido, hasta que te paraste en la sección de lencería. Rodeaste los diferentes expositores, tocando las prendas con suavidad, seguro de ti mismo, como si llevaras toda la vida trabajando allí y escogiste unas minúsculas braguitas rojas. Te acercaste y me susurraste: "deseo follarte con estas, sólo con estas" mientras me las metías en el bolso. Cortaste mis balbuceos enlazando tus dedos con los míos, y te seguí hasta los probadores.



Tuvimos que esperar a que quedara uno libre. Tú acariciabas mis dedos y yo sólo deseaba ser tuya. Temblé al ver como dejabas el pasador sin cerrar la puerta, temblé cuando me dijiste: vamos, póntelas... temblé cuando subiste mi falda, te agachaste y fuiste bajando lentamente las que llevaba puestas. "Déjate los tacones" y tocándolas: "ya veo que mi zorrita está mojada". Me abriste mi chaqueta para dejar mis pechos libres, y te sentaste en el banco del probador, tan cerca que notaba tu aliento, a mirar como me subía las nuevas. Tu mirada me quemaba. Te levantaste y apoyaste mis manos contra el espejo, poniéndote detrás mío. Sonreíste ligeramente, y apartaste la tela que cubría mi sexo, que ya estaba empapada.



- Así me gusta, June, mi zorrita obediente. Ahora vas a ver como te follo.



Me penetraste sin preámbulo alguno, salvajemente, embistiéndome una y otra vez. Ni siquiera te quitaste la gabardina y yo miraba mi boca encendida, la dureza de mis pezones golpeando el espejo. Tu boca recorría mi nuca mordisqueándola, cuando ví que sacabas algo del bolsillo de tu gabardina. Luego frotaste con dos de tus dedos mi coño recogiendo sus jugos para llevarlos a mi lugar secreto, entre mis nalgas abiertas. Entonces sentí algo duro pujando por abrirse camino en su interior.. mi placer aumentaba y tú movías el aparato diestramente, al ritmo de tu polla. Mis jadeos se convirtieron en gemidos de placer y tapaste mi boca con una de tus manos. Olerte hizo que se desencadenara mi orgasmo, entre gritos que no pudiste acallar. En unos segundos se abría la puerta y aparecía dos guardias de seguridad, que con expresión sumamente seria nos pidieron que les acompañáramos.



Me extrañó que no pusieras objección ninguna, y les seguimos hasta un cuartucho semioscuro y destartalado en la planta inferior de los almacenes. Eran un hombre y una mujer, ambos uniformados. El hombre se quedó de pié, junto a la puerta, con los brazos cruzados, y la mujer se sentó en la única silla que había. Nos miró fíjamente, con el ceño fruncido. Luego se puso en pie y me rodeó sin quitarme la vista de encima. Reconozco que su mirada me turbó. Se volvió a sentar y te miró y te pidió sin pestañear que me desnudases. Sonreíste y comenzaste a hacerlo, ante la mirada complacida de la guardia. Me puso muy cachonda pensar que te gustaba hacerlo delante de otros. Una vez desnuda, me abrazaste desde atrás, y tiraste de mis pezones. La guardia tiró de su moño, dejando caer su melena de forma sensual sobre sus hombros. Se levantó y se acercó para ponerse pegada a mí, y lentamente fué desatando su camisa. Tenía unos pechos blancos, erguidos, apetecibles. Pasé la lengua por mis labios en un acto reflejo. Ella te miró y tú te acercaste para bajarla sus pantalones, hasta que quedó tan desnuda como yo. Nuestros pezones se tocaban y yo la sonreí. Ella acercó su boca a la mía, y me besó con suavidad, mientras sus manos amasaban mis nalgas. Luego bajó su boca hasta mis pezones que lamió con destreza. Miré al guardia, junto a la puerta, que nos miraba masturbando su enorme polla. Tú me sonreías entre excitado y travieso.




Entonces ella me esposó y ató a un arete que colgaba en la pared, más arriba de mi cabeza, con los brazos en alto. Con su porra me separó las piernas, y me dijo que no se me ocurriera cerrarlas. Y se fué, directa a ti, a comerte la boca. Tú la acariciabas de forma presurosa, no como haces conmigo, y reconozco que me puso muy cachonda verte así, deseaba entrar en vuestro juego, pero aunque mis gemidos os lo suplicaban me ignorasteis. Ella se tumbó sobre la mesa, ofreciéndote su hermoso coño que desde mi sitio veía brillar antojándoseme algo realmente apetecible. Tú le clavaste su polla, y nunca mejor dicho, amore, estabas como poseído, aunque el hecho de que me miraras a mí mientras la follabas hizo que casi tuviera un orgasmo.


Miré al guardia, que iba pasando su mirada de mí a vosotros. Mojé mis labios, y con la mirada le pedí que viniera. Él obedeció sin dudar, e intenté que me besara, pero se limitó a seguir masturbándose, a unos centímetros de mí. Yo sólo sabía que necesitaba una polla dentro mío ya, y él apiadándose de mí me metió dos de sus dedos en mi coño mientras con el pulgar frotaba mi clítoris duro. Se agachó hasta mi ombligo que penetró con su lengua y luego fué lamiéndome por un camino imaginario sobre mi cuerpo, dejando un rastro de saliva sobre él, hasta llegar a mi boca, que mordió con desespero. Yo no apartaba los ojos de ti, y tú comenzaste a soltar tu leche dentro de la guardia, que gimió entre espasmos. Mi follador entonces sacó sus dedos y me penetró sin miramientos, hasta que me corrí sobre su enorme verga. Alcancé a pedirle algo sin que me escucharas, mientras tú yacías exhausto sobre el cuerpo de ella.

Él sonrió y salió de mí. Se acercó hasta ti y acaricio tus nalgas con su polla inerte, una y otra vez, hasta que comenzó a ponérsele dura de nuevo. Tú te volviste hacia él, y supongo que sonreíste, pues no te ví oponer resistencia alguna. Te agachaste sobre ella a lamerle los muslos y el clítoris, y ella de nuevo gimió. El guardia comenzó a empujar con su polla queriendo entrar en ti, y se agachó un poco para poder masturbar tu miembro, que presentí duro y erguido.
Yo sólo quería que me desatarais... ella pareció adivinarlo y se zafó de tu lengua para acudir en mi rescate. Me lamió mi coño chorreante golosa, y luego izó sus brazos para desatarme. Nos comimos la boca, amasando nuestros cuerpos, sabiendo que éramos objeto de vuestra atención. Después nos subimos a la mesa, y protagonizamos un lascivo 69 con el que acabamos corriéndonos entre gritos, a la vez que vosotros dos.

Por eso, y por mucho más, me encanta que me lleves de compras... aunque no compremos nada, amore. Ojalá estuvieses aquí para secarme. Te amo y deseo, ven.



Fotos: Adriana Giotta