2/11/08

Taxi y fantasía




Me había puesto esas medias de rejilla que tanto te gustan para nuestra cita. En el taxi, tras cenar, de vuelta al hotel me besaste y sentí en tus labios el deseo que se apoderaba de ti. Tus manos recorrieron trémulas mis muslos y tus dedos se enredaron en la fina rejilla. Tiraste un poco y me sonreiste. Yo, como única respuesta, me apresuré a lamerte los labios con insistencia, y de un brusco tirón las desgarraste. Ví como el taxista nos miraba por el espejo interior, lo que excitó aún más mis sentidos. Atrapaste mis diminutas braguitas y las echaste a un lado, para con tus dedos entrar en mi cuerpo. Dedos expertos que me recorrían mientras a duras penas conseguía controlar mis gemidos, exploradores de mis carnes más íntimas, provocadores de humedad sin fin. Y tú... susurrándome al oído mientras follabas mi sexo:






- Escúchame, June. Escúchame bien atenta, porque esto es lo que quiero hacer cuando lleguemos al hotel. No te pierdas ni un solo detalle, ¿me oyes?

Yo asentía, creo que hubiera asentido a cualquier cosa que me propusieras, amor.

- Estamos en la habitación del hotel tú estás mirando por la cristalera de la terraza con las cortinas puestas. Llevas una coleta larga, el pelo bien estirado, una coleta de esas como de cola de caballo, de las que salen de arriba.


- Sí, una palmera.


- Llevas unas botas por encima de la rodilla...

- Me gustan.


- A través de tu bata de lencería se ve un corsé, uno de una pieza,

- ¿Tipo body de cuero?

- No lo sé, solo se transparenta, se ve tu figura, ya que tienes la luz detrás. Sin volverte, dices 'ven'. Y aparezco yo, a cuatro patas, saliendo de la otra habitación. Me paro a la entrada y tu giras un poco la cabeza sin mirar, extiendes tu mano, como si fueras a darmela, y yo me voy acercando. Vuelves a mirar por la terraza y yo me acerco a tu mano, que empiezo a lamer.


- Mmmm..

- Lamo tus dedos chupando uno por uno. Me los sacas y me acaricias la cabeza. Yo me arrimo más a ti y comienzo a lamer el exterior de tu muslo. Entonces te vas a un sillón que hay en el otro lado de la cristalera de la terraza...


- Sí...

- Te giras, haciendo volar tu bata, y te sientas un poco recostada con las piernas bien abiertas, me miras, y te pasas la lengua por los labios, humedeciéndolos. Adelantas un poco una pierna, como enseñándome tu bota, negra, brillante, con un tacón de vértigo, y me acerco obediente, me agacho y empiezo al lamer la punta de la bota. Tú me estás mirando y excitada comienzas a tocarte: te acaricias los muslos por su interior,llegando hasta tu entrepierna sin tocarla. Yo sigo chupando y voy subiendo, despacio. Ves mi lengua siempre fuera.


- ¿el camino que yo he dejado?

- No, aún estoy en la bota, llegando a la rodilla. Cuando se termina la bota y llego a tu muslo, paro. Levanto la cabeza para mirarte, y veo como te estás acariciando los pechos.


- Uf

- Apartas tu mirada de mí, hacia la terraza, y vas metiendo los dedos por tu corsé: lentamente los vas sacando y cuando están fuera, por encima del corsé, te aprietas los pezones. Vuelves tu cara hacia mí, y yo bajo la mirada rápidamente. Te levantas, pasas junto a mí, que sigo a cuatro patas, rozando con tu bata mi espalda, y te paras a la altura de mi culo. Con tu pie abres más mis piernas, mi polla cuelga dura.


- Mmmm..

- Vas subiendo tu pie por el interior de mi muslo hasta llegar a mis huevos, que acaricias con la punta de la bota. Los meneas un poco con la suela de la bota, y mi polla se mueve nerviosa y excitada. Me das unos golpecitos en la polla meneándola como un badajo. Sigues subiendo tu pie, la punta de tu bota se pasea por entre mis nalgas y sube hasta donde termina mi espalda. Apoyas tu pie en mí, clavándome un poco el tacón. Entonces dices 'mírame' y yo vuelvo mi cabeza obediente, mordiéndome el labio inferior de mi boca, con tu pie sobre mi culo. Te quitas la bata, despacio y sensualmente. Estás seria, cara de mala y de viciosa. Me tiras la bata a la cara..


- Cara de lo que soy, amore.

- Y me cubre la cabeza. Yo saco mi lengua y la muerdo, hasta desembarazarme de ella


- Huele a mí..

- Dejándola caer en el suelo... huele a tu perfume. Aprietas un poco el tacón sobre mi culo y me vuelvo rápidamente a mirarte, obediente, excitado. Veo que vuelves a tocarte los pechos, que siguen fuera del corsé: los agarras con tus manos, los masajeas y estrujas, los subes hacia arriba y comienzas a lamerlos. Te chupas los pezones mientras me miras, toda tu lengua fuera, dando pequeños lametones a tus pezones.


- Y tú mirando.

- Mirando obediente, a cuatro patas, bajo tu pie.


- Mmm, me gusta...

- Me quitas el pie, y me vuelves a mirar, más seria. Aparto mi mirada. Entonces siento el azote que me das en el culo con la palma abierta, produce un gran sonido y yo suelto un gemido. Me frotas el culo en el lugar del azote, y me das otro. Pasas tu dedo entre mis nalgas, y me agarras los huevos y la polla a la vez, sin mover la mano. Pegas un tirón hacia abajo, no muy fuerte, que hace que mi cuerpo de un pequeño bote. Bajas la mano por mi polla hasta el capullo y la quitas. Te vuelves al sillón, delante mio, y te colocas de espaldas. Te agachas, las manos en los brazos del sillón, las piernas estiradas, tu culo altivo justo encima de mi cabeza con una mano sueltas un broche que hay en el body dejando desnudo tu coño perfectamente rasurado. Con tus dedos te abres el coño, dejándome ver el interior.


- Ese interior que ahora mismo no dejas de follarme.

- Te agachas y esa misma mano la llevas a mi boca, que chupo impaciente. Me sujetas por la barbilla y me llevas hasta tu coño. Yo voy con mi lengua fuera hasta que lo empiezo a chupar. Mi lengua se mete poco a poco en tu coño, que esta mojado y lamo el interior mientras tu te frotas el clítoris...


- Lo estoy sintiendo...

- Mi lengua va arriba y abajo, recorriendo todo tu coño, lamiéndolo entero. Cada vez estás más mojada y noto tus flujos en mi lengua que se escurren hasta mi boca... me los quiero comer todos, absorberlos.


- Son todos tuyos...

- Estoy viendo cómo te aprietas el clítoris y cómo se va poniendo cada vez más grande y duro. Eso te excita, pero lamo más rápido. Meto mi lengua para follarte con ella y la saco un momento para respirar. Tú me vuelves a coger de la barbilla
y meter mi cara en tu sexo, frotas mi cara con él, mi lengua sigue fuera y consigo lamer tu clítoris erecto. Me quitas la cara, te incorporas, te das la vuelta y me miras. Pongo cara de sumisión. He sido malo, lo sé...


- Sí, muy malo...

- No debí hacer eso.


- Además no te has afeitado, y me pica tu barba. Sabes que te quiero afeitado.

- Vas hacia la cama y de la mesilla sacas un consolador. Lo dejas sobre la cama. De otro cajón sacas una pequeña fusta negra.



- Mmm...


- Te das la vuelta y me miras, chupando la punta de la fusta y me la acercas a la boca. La chupo también. Sin quitármela de la boca te vas hacia el centro de la habitación, y yo te sigo, con la fusta en mi boca. Llegas hasta la pared de enfrente, donde hay una cómoda, y en la pared, encima de la cómoda, un espejo. Me levantas tirando de la fusta, y con un gesto de tu cabeza, me dices que me coloque en la cómoda, apoyado con las manos, ofreciéndote mi culo, con el espejo delante. Yo estoy delante del espejo y te veo detrás mio. Vuelves a chupar la fusta y la pasas por tus pezones, dando unos pequeños golpecitos sobre ellos. Te das unos pellizquitos en uno con la mano y llevas la fusta hasta tu coño. Te pasas toda la fusta por él, incluso te metes la punta del mango. Ahora eres tú la que se muerde el labio inferior...


- ...mientras te penetras con la fusta. Por el espejo veo tu cara de placer, mi polla está rozando con la cómoda de lo dura que está, con esas pequeñas gotas de semen asomando por la punta...


- Ufff


- Sacas la fusta de tu coño abierto, me miras a través del espejo y me golpeas en el culo con ella. Se me escapa otro gemido, y con el movimiento de mi cuerpo mi polla golpea contra la cómoda. Apritas con tu mano mi culo, clavándome las uñas, y me vuelves a golpear: una, dos tres veces. Mi culo ya está rojo. Te agachas y comienzas a lamerme el culo, donde antes golpeabas, y con la fusta me golpeas la polla, el capullo, suavemente. La polla se pega a la cómoda, y con mi polla contra la cómoda, hacia abajo, la sigues recorriendo con la fusta, acariciando los huevos. Te levantas muy pegada a mi espalda, noto tus pechos sobre ella, noto el frio del corsé. Pones tu cabeza a un lado de la mia, mirándome en el espejo, y llevas la fusta a mis pezones, que agitas con ella. Me pones la fusta en la boca y yo la sujeto con los dientes. Con tus manos pellizcas mis pezones, no dejo de mirarte en el espejo mientras lo haces: los retuerces suavemente, me muerdes el lóbulo de la oreja y me quitas la fusta.


- Estoy demasiado caliente, Henry...


- Te vas a la cama, moviendo tu cuerpo sinuosamente, toda tu sensualidad me recorre al verte desde el espejo. Te tumbas en la cama, con las piernas abiertas, las rodillas dobladas. Estás en el borde de la cama. Coges el consolador y lo enciendes. Te quedas parada, mirándome, esperando. Pero no me muevo. Me dices 'vamos, a qué estás esperando, ven aquí'. Yo me vuelvo. La polla sigue enhiesta, el culo colorado y me acerco a ti. Cuando comienzo a andar me gritas 'eh', y paro en seco. '¿Qué haces, perrito?' me dices. Y me pongo a cuatro patas de nuevo.



- uff, mi perrito...


- Cuando lo estoy, me dices 'ahora sí, así me gusta, que seas obediente'. Y me voy acercando hasta el borde de la cama, hasta tus piernas. Subo mis manos a la cama y colocas el consolador en mi boca. Lo atrapo entre los dientes. 'Ahora me vas a follar' y coges mi cabeza, acercándola hasta tu coño abierto, mojado, chorreando. Te voy metiendo el consolador despacio pero sin parar, hasta el fondo. Tú me vas llevando mi cabeza va atrás y adelante, follándote. Voy girando el cuello, para recorrer todo tu coño. Aumento mi ritmo, y se te escapa algún gemido que intentas reprimir, pero no puedes.


- Como evitarlo...


- Sueltas mi cabeza para tocarte las tetas, los pezones duros, los estrujas entre tus dedos. Muevo el consolador cada vez más rápido, pero voy cambiando de ritmo. Lo saco para pasarlo sobre tu clítoris, y vuelvo a tus gemidos. Tus piernas se cierran sobre mi cabeza, y tu cuerpo se mueve. Tus caderas ya no se están quietas, haciéndo círculos sobre mi cabeza, subiendo la pelvis.


- Para, Henry, por favor...


- Vuelvo a follarte con el consolador. Mientras me estoy masturbando, y aprieto mi polla con mi mano. Tus gemidos ya son en voz alta y eso hace que mi cabeza se mueva más rápido, a la vez que mi mano. Tu cuerpo se estremece con el consolador dentro,
lo meto hasta el fondo.


- Uf


- Y no lo muevo, está vibrando dentro de ti, al fondo, pegado a tus entrañas, haciéndote vibrar. Mi lengua sale en dirección a tu clítoris solitario, lo comienzo a lamer, grandes lametones, rápidos, apretándolo contra tí...


- Sí, así...


- Lo dejo ahí y voy moviendo la cabeza. Eres tú la que se mueve sobre mi cabeza, cada vez más altos tus jadeos y gemidos, tus tetas estrujadas entre tus manos tu cabaza echada hacia atrás, moviéndose de un lado para otro. Sueltas las manos de tus tetas y las vuelves a llevar a mi cabeza. Presiento que tu orgasmo está cerca todo tu cuerpo se mueve.


- Sigue...


- Me clavas las uñas en los hombros, con la mano que me sobra agarro el consolador y te sigo follando con el. Mi lengua en tu clítoris, te follo deprisa mientras me gritas que no pare. Muevo mi lengua enérgicamente


- No pares...


- El consolador entra y sale, girándolo por todo tu coño chorreante que moja la cama. Te está llegando el orgasmo, noto tus uñas fuertemente clavadas en mi
tus flujos saliendo de tu coño, gritas, gimes, jadeas fuertemente... tus piernas me aprietan mientras subes la pelvis a un palmo de la cama... te estás corriendo
tu cuerpo se mueve convulsamente, agitándose por la cama y y yo sigo pegado a ti intentando que tu orgasmo siga y siga.


- Tengo que correrme ya, no aguanto más.


- No lo hagas o dejaré de follarte. No dejo de lamer y de follarte y no dejas de gemir y de moverte. No puedes más y paras. Levanto mi cara empapada de ti, coges mi mano y me subes a la cama, a cuatro patas. Pasas tus uñas afiladas por mi espalda las clavas en mi culo. Me azotas varias veces, tumbada sobre la cama. Me agarras la polla, una mano la agita, y la otra aprieta mis huevos. Me masturbas enérgicamente y yo aprieto los dientes para no dejar salir ningún sonido. Agitas mi polla apretando tu mano sobre ella. Los huevos me arden, con tus uñas sobre ellos. Me vuelves a azotar y noto como me llega un escalofrio. Sin dejar de azotarme, arqueo mi espalda y mi leche empieza a salir de mi polla dura y roja, todos mis músculos se tensan.


- Mmmm...


- Mientras no paras de exprimirme la polla, toda mi leche sale a la cama y mi cuerpo de derrumba sobre ella. Te incorporas, vuelves a subir por mi espalda con tus uñas hasta mi cabeza, me acaricias la cabeza, y me dices 'buen chico'. Te levantas, me das un último azote cariñoso para que no te olvide y sales de la habitación.

El taxista anunció la llegada a nuestro hotel. Dejaste de follarme para pagar y subimos al ascensor. Allí tuve que agarrar tu polla y metérmela, y a la segunda embestida me corrí sobre ella. Tú sonreías... luego hicimos tu fantasía realidad, y nos dormimos, juntos, abrazados. Por la mañana me despertaron tus caricias. Volvimos a amarnos, y cuando terminamos exhaustos, o al menos es lo que yo creía, que tú lo estabas, me dijiste: 'Te volvería a follar ahora mismo'. Yo dejé escapar una carcajada, y tú, sin salir, seguiste follándome hasta correrte dentro mío al cabo de pocos minutos, de nuevo.

¿Sabes? En el próximo encuentro haremos real una de mis fantasías, amor. Hasta entonces... te beso.

28/9/08

Tu presente ausencia


Amore:

los días que pasan entre nuestros encuentros son una auténtica tortura. Ya ninguna de las cosas que antes me agradaban me produce placer alguno, pues soy incapaz de concentrarme en algo que no seas tú, tu olor, tus caricias, tu voz... pero al mismo tiempo, también es verdad que te veo en todos sitios: por la calle, en los reflejos de los escaparates, en aquel banco junto al mar, en mi mirada diaria al espejo... te oigo entre las voces del mercado, susurrando a mi oído mientras tomo el café en una terraza atestada de gente vacía, en la ópera cuando intento sentir a la soprano; aspiro tu aroma entre las frutas y verduras del mercado, en la brisa que enreda burlona a las olas... te atrapo en mi boca junto a los jugosos tomates, el pan tierno y caliente, mi té amargo del ocaso. Te siento en cada instante, mi amor.

Así van pasando los días, con tu ausencia presente, en este verano tórrido, cuya monotonía se ha visto interrumpida por la llegada de Laura, de la que creo haberte hablado en alguna ocasión. Su marido es comandante de un navío, y pasa largas temporadas fuera, por lo que me decidí a invitarla a casa, así me hará compañía durante este largo periodo estival. Es una criatura encantadora, que conserva la capacidad de asombro de los niños, junto a una morbosa curiosidad por todo lo desconocido. Su pelo negro y brillante parece seda, y sus ojos.. qué ojos, querido: grandes, profundos, con un inconfundible brillo travieso. Juntas nos divertimos como niñas, nos encanta andar desnudas por la casa, Evas libres de prejuicios mundanos, gozamos riéndonos de todo y todos.



Cada día hablamos de ti, ella está deseando conocerte, a ti, a mi amante, a mi amado Henry. Cada noche le relato nuestros encuentros clandestinos, lo que provoca en ambas un constante estado de excitación. Creo que puedas entender que estando como estamos solas, hayamos caído la una en los brazos de la otra. Sabes que no es la primera vez que estoy con una mujer, pero querido, Laura es especial. Lo comprobarás cuando la conozcas: puede ser la más dulce y al mismo tiempo la más perversa de las criaturas.



Anoche hacia mucho calor y la luna brillaba plena. Las dos tumbadas sobre mi cama, aún vestidas, pues acabábamos de subir tras cenar en el porche, fumábamos un cigarrillo en silencio. Ella se incorporó sobre su brazo y me miró. "Cuéntame otro encuentro con Henry", me pide maliciosa. Su mirada me turba y excita al mismo tiempo. Sonrio ligeramente y sin levantar la voz le voy contando, sin omitir detalles. Cuando termino reparo en que tiene una cámara fotográfica en su mano. "Ni te muevas, quiero que Henry te vea así, con esa cara que pones cuando hablas de él", y sin darme tiempo a replicar, dispara.



"Estás muy bella, June, tan llena de Henry... asoma en cada uno de tus poros", me dice observándome. Mordisquea su labio inferior pensativa. "Déjame que te haga más fotos: no quiero que Henry se pierda verte así, desprendes sensualidad". Tira de mi mano para sentarme sobre la cama, y me va desatando los botones de mi camisa, lentamente. Luego dispara de nuevo. No parece muy convencida, e introduce su mano por debajo de la camisa, y acaricia mis pezones de forma delicada. Vuelve a disparar.




Se agacha sobre mis labios, humedeciéndolos con su lengua, una lengua pequeña y suave. Hace ademán de separarse, pero mi mano retiene su nuca atrayendo su boca de nuevo hacia mí. Nuestros labios quedan atrapados en una vorágine de lenguas, dientes y saliva. Coge de mi vaso de vodka un hielo que pasa por mi piel. El hielo se funde al contacto, como si esta quemara. Laura se aparta un momento para susurrarme al oído "Me encantaría que Henry estuviera aquí, mirándonos...".


Escuchar aquella frase que su aliento tibio deposita en mi cabeza aumenta mi deseo. Mi deseo hacia ella, mi deseo a que tú estés a nuestro lado... "Túmbate, querida". Obedezco sin rechistar, como hipnotizada por su voz, por su mirada que me penetra. Abre mi camisa y acaricia con su dedo índice mi ombligo, dibujando círculos a su alrededor. Fotos y más fotos. Luego se agacha y lo penetra con su lengua. Su pelo suave acaricia mi vientre. Deseo su lengua en mi clítoris, que noto húmedo bajo mi ropa.

Ella levanta su cabeza y supongo que sabe de mi deseo, porque baja la cremallera de mi falda, que desliza por mis piernas. Sus manos suben por mis muslos con caricias pausadas, hasta llegar a mis braguitas. Como por arte de magia aparecen en sus manos unas pequeñas tijeras y decidida las aproxima a mi piel. Noto el frío acero mientras ella las corta. Su boca se entreabre... gimo presintiendo su acercamiento, pero se limita a atrapar las braguitas con sus labios carnosos y tirar de ellas. "Tienes una hermosa duna, la fotografiaré para que Henry se pierda en tus desiertos siempre que la observe".


Mi duna se transforma en oasis jugoso, cuando pienso en ambos contemplándola. "Así me gusta, querida, a Henry le encantará ver lo mojada que estás. Quiero que te masturbes para él. O para mí, o para los dos, como desées. Quiero ver tus dedos resbalando en tus fluidos, quiero verte gozar..." Tiene una voz muy sugerente, con la que parece besar cada centímetro de mi piel. Miro a su cámara, disfrutando de mi sexo, amasando mis pechos duros, mientras ella no para de disparar.



Estoy a punto de correrme, cuando ella detiene mi mano. "Espera: quiero ver tu culo, y que lo vea él. Muéstramelo, no te arrepentirás". Quiero intuir una promesa en su frase, y me apresuro a darme la vuelta. Ella enfoca, ordena, me va moviendo y desliza sus dedos entre mis nalgas, hasta mojarlos en los jugos de mi coño.

Me manda ponerme a cuatro patas, se aparta de mí, y oigo el clic de la cámara que no para. Luego cesa el ruido. Noto que posa la cámara. La miro y veo como se desprende de su ligero vestido veraniego. Traviesa sonríe mientras baja sus braguitas y se acerca para girarme... Me abre las piernas y su boca muerde suavemente mis labios vaginales, para luego lamer voraz mi clítoris. Su lengua se introduce en mi coño caliente que responde a su insistencia corriéndose en espasmos de placer que parecen no acabar.



Ella monta sobre mi a horcajadas, y siento como arrastra su cuerpo sobre el mío lentamente, impregnándolo de su esencia, de su olor, de su magia... Su coño húmedo se frota contra el mío, tiro de sus pezones hasta lograr que sus jugos se mezclen con los míos. Las dos gritamos convulsas, y ella caé sobre mi pecho agotada y sonriente. Acaricio su pelo revuelto cuando oímos un ruido proveniente de la terraza abierta. Las dos nos volvemos y vemos saltar un gato desde la barandilla del balcón. Nos observa curioso con sus ojos verdes, como los tuyos. Laura y yo prorrumpimos en sonoras carcajadas que rompen el silencio de la noche. Ojalá hubieras estado allí en esos momentos, querido. ¿O estabas?

P.D.: Por fin te mando esas fotos mías que tanto anhelabas. Laura te envía un beso ardiente y me pide que te diga que vayas pensando en la próxima sesión, que haremos cuando vengas, y en la que tú serás quien decida las fotos a sacar. Te beso, amore.

22/9/08

Impaciencia


‘Vamos, date prisa –me dijiste– quítate la ropa y follemos de una vez. Estoy muy mojada y tenemos poco tiempo’ ‘Poco tiempo? –pensé– pero si acabamos de llegar y hasta dentro de dos horas no tiene que volver…’

Eres una impaciente, amor. El deseo que hierve tu sangre es más fuerte que tú, te impulsa hacia mi cuerpo como un rayo incandescente. Tan solo puedes pensar en tener dentro de ti mi verga erecta, pero el placer es algo que necesita su tiempo, creo yo. Tiempo para disfrutar de él, saborearlo, tentarlo, degustarlo… Sabes que me gusta besarte en el cuello, para que cierres los ojos. Sabes que me gusta acariciar tu espalda para erizar tu vello. Sabes que me gusta recorrer tus pechos con la punta de mi lengua, para que te muerdas el labio.

‘Arráncame las bragas de una vez’ gritaste desesperada mientras enredabas tu pierna en mi cintura, al tiempo que tu falda subía, mostrando tus medias de rejilla enganchadas al liguero. Cierto es que al mínimo contacto contigo experimento una excitación y deseo fuera de lo común. Mis piernas tiemblan, el sudor aparece en mi frente, mis manos dubitativas…

Allí estábamos, de pie, apoyados contra un árbol, besándonos. Bajé mi mano y palpé tu sexo sediento, a la vez que ahogado en flujos de pasión. Me mordiste el labio al hacerlo, con los ojos abiertos, suplicándome. Metí mi mano por dentro de tus braguitas, esas transparentes que tanto me gustan, con lacitos…y al primer contacto con tu clítoris tenso, tiré de mi mano y las rasgué sin dificultad. Sonreíste. Y mientras volvías a besarme desabrochabas mi pantalón. Sin darme casi cuenta, mi polla enervada se introducía por tu desfiladero vaginal, precipitándose al vacío de tu incontrolable sexualidad. Apretaste mi cuerpo al tuyo, cerraste tu círculo conmigo dentro de ti.

Tres minutos de jadeos, embestidas y mordiscos sirvieron para sacar de mi lo que tanto buscabas y uno más para escuchar tus gemidos a la vez que tu cuerpo convulsionaba al ritmo del orgasmo. Volviste a sacar lava de mi volcán, corriendo por las entrañas de tu ingle abrasadora.

Sólo tuve que subirme los pantalones y bajar tu falda, para que, sin dejar de besarnos, corriésemos entre los árboles del parque hacia nuestra desalentadora rutina diaria.

No sé cuándo volveríamos a vernos, pero ya estaba impaciente.

13/9/08

Shopping and sex


Mi amado Henry:


Aún sonrío recordando la incidencia de nuestro último encuentro, y es que eres muy, pero que muy malo... y sabes que eso me encanta. Cuando me citaste en unos grandes almacenes me sorprendió, pues sé que no eres hombre de compras en lugares de tanto bullicio, con lo que comencé a preguntarme la razón de tal hecho mientras me encaminaba al lugar. Me esperabas en la puerta, y cuando me besaste advertí excitación en tu mirada. Me cogiste del brazo sin pronunciar palabra y atravesamos el centro a paso rápido, hasta que te paraste en la sección de lencería. Rodeaste los diferentes expositores, tocando las prendas con suavidad, seguro de ti mismo, como si llevaras toda la vida trabajando allí y escogiste unas minúsculas braguitas rojas. Te acercaste y me susurraste: "deseo follarte con estas, sólo con estas" mientras me las metías en el bolso. Cortaste mis balbuceos enlazando tus dedos con los míos, y te seguí hasta los probadores.



Tuvimos que esperar a que quedara uno libre. Tú acariciabas mis dedos y yo sólo deseaba ser tuya. Temblé al ver como dejabas el pasador sin cerrar la puerta, temblé cuando me dijiste: vamos, póntelas... temblé cuando subiste mi falda, te agachaste y fuiste bajando lentamente las que llevaba puestas. "Déjate los tacones" y tocándolas: "ya veo que mi zorrita está mojada". Me abriste mi chaqueta para dejar mis pechos libres, y te sentaste en el banco del probador, tan cerca que notaba tu aliento, a mirar como me subía las nuevas. Tu mirada me quemaba. Te levantaste y apoyaste mis manos contra el espejo, poniéndote detrás mío. Sonreíste ligeramente, y apartaste la tela que cubría mi sexo, que ya estaba empapada.



- Así me gusta, June, mi zorrita obediente. Ahora vas a ver como te follo.



Me penetraste sin preámbulo alguno, salvajemente, embistiéndome una y otra vez. Ni siquiera te quitaste la gabardina y yo miraba mi boca encendida, la dureza de mis pezones golpeando el espejo. Tu boca recorría mi nuca mordisqueándola, cuando ví que sacabas algo del bolsillo de tu gabardina. Luego frotaste con dos de tus dedos mi coño recogiendo sus jugos para llevarlos a mi lugar secreto, entre mis nalgas abiertas. Entonces sentí algo duro pujando por abrirse camino en su interior.. mi placer aumentaba y tú movías el aparato diestramente, al ritmo de tu polla. Mis jadeos se convirtieron en gemidos de placer y tapaste mi boca con una de tus manos. Olerte hizo que se desencadenara mi orgasmo, entre gritos que no pudiste acallar. En unos segundos se abría la puerta y aparecía dos guardias de seguridad, que con expresión sumamente seria nos pidieron que les acompañáramos.



Me extrañó que no pusieras objección ninguna, y les seguimos hasta un cuartucho semioscuro y destartalado en la planta inferior de los almacenes. Eran un hombre y una mujer, ambos uniformados. El hombre se quedó de pié, junto a la puerta, con los brazos cruzados, y la mujer se sentó en la única silla que había. Nos miró fíjamente, con el ceño fruncido. Luego se puso en pie y me rodeó sin quitarme la vista de encima. Reconozco que su mirada me turbó. Se volvió a sentar y te miró y te pidió sin pestañear que me desnudases. Sonreíste y comenzaste a hacerlo, ante la mirada complacida de la guardia. Me puso muy cachonda pensar que te gustaba hacerlo delante de otros. Una vez desnuda, me abrazaste desde atrás, y tiraste de mis pezones. La guardia tiró de su moño, dejando caer su melena de forma sensual sobre sus hombros. Se levantó y se acercó para ponerse pegada a mí, y lentamente fué desatando su camisa. Tenía unos pechos blancos, erguidos, apetecibles. Pasé la lengua por mis labios en un acto reflejo. Ella te miró y tú te acercaste para bajarla sus pantalones, hasta que quedó tan desnuda como yo. Nuestros pezones se tocaban y yo la sonreí. Ella acercó su boca a la mía, y me besó con suavidad, mientras sus manos amasaban mis nalgas. Luego bajó su boca hasta mis pezones que lamió con destreza. Miré al guardia, junto a la puerta, que nos miraba masturbando su enorme polla. Tú me sonreías entre excitado y travieso.




Entonces ella me esposó y ató a un arete que colgaba en la pared, más arriba de mi cabeza, con los brazos en alto. Con su porra me separó las piernas, y me dijo que no se me ocurriera cerrarlas. Y se fué, directa a ti, a comerte la boca. Tú la acariciabas de forma presurosa, no como haces conmigo, y reconozco que me puso muy cachonda verte así, deseaba entrar en vuestro juego, pero aunque mis gemidos os lo suplicaban me ignorasteis. Ella se tumbó sobre la mesa, ofreciéndote su hermoso coño que desde mi sitio veía brillar antojándoseme algo realmente apetecible. Tú le clavaste su polla, y nunca mejor dicho, amore, estabas como poseído, aunque el hecho de que me miraras a mí mientras la follabas hizo que casi tuviera un orgasmo.


Miré al guardia, que iba pasando su mirada de mí a vosotros. Mojé mis labios, y con la mirada le pedí que viniera. Él obedeció sin dudar, e intenté que me besara, pero se limitó a seguir masturbándose, a unos centímetros de mí. Yo sólo sabía que necesitaba una polla dentro mío ya, y él apiadándose de mí me metió dos de sus dedos en mi coño mientras con el pulgar frotaba mi clítoris duro. Se agachó hasta mi ombligo que penetró con su lengua y luego fué lamiéndome por un camino imaginario sobre mi cuerpo, dejando un rastro de saliva sobre él, hasta llegar a mi boca, que mordió con desespero. Yo no apartaba los ojos de ti, y tú comenzaste a soltar tu leche dentro de la guardia, que gimió entre espasmos. Mi follador entonces sacó sus dedos y me penetró sin miramientos, hasta que me corrí sobre su enorme verga. Alcancé a pedirle algo sin que me escucharas, mientras tú yacías exhausto sobre el cuerpo de ella.

Él sonrió y salió de mí. Se acercó hasta ti y acaricio tus nalgas con su polla inerte, una y otra vez, hasta que comenzó a ponérsele dura de nuevo. Tú te volviste hacia él, y supongo que sonreíste, pues no te ví oponer resistencia alguna. Te agachaste sobre ella a lamerle los muslos y el clítoris, y ella de nuevo gimió. El guardia comenzó a empujar con su polla queriendo entrar en ti, y se agachó un poco para poder masturbar tu miembro, que presentí duro y erguido.
Yo sólo quería que me desatarais... ella pareció adivinarlo y se zafó de tu lengua para acudir en mi rescate. Me lamió mi coño chorreante golosa, y luego izó sus brazos para desatarme. Nos comimos la boca, amasando nuestros cuerpos, sabiendo que éramos objeto de vuestra atención. Después nos subimos a la mesa, y protagonizamos un lascivo 69 con el que acabamos corriéndonos entre gritos, a la vez que vosotros dos.

Por eso, y por mucho más, me encanta que me lleves de compras... aunque no compremos nada, amore. Ojalá estuvieses aquí para secarme. Te amo y deseo, ven.



Fotos: Adriana Giotta

31/8/08

Sé que estás aquí...


Acabo de llegar. Una habitación cálida, las paredes pintadas de verde manzana, dos ventanas con las cortinas abiertas. En el salón, la puerta de la terraza está abierta, dejando pasar el abrasador aliento del desierto, que se adhiere a mi cuerpo como una lengua ardiente. Mi ropa está empapada en sudor. Me quito la chaqueta y el sombrero, que lanzo sobre la cama. Las sábanas están revueltas... y pienso en ti. Ayer estuviste ahí, entre mis brazos, entre mis labios, amasando mi cuerpo con tu vientre abierto. Exprimiéndome la vida, suavemente, con los movimientos de tus caderas, por mi erecto miembro dentro de ti. Hicimos el amor, nos follamos, saciamos nuestro sexo sediento... Pero, fue ayer? ... No puedo recordar cuándo te fuiste. Hace tanto que no te tengo en mis manos... tal vez fuese hace una semana... un mes?

Necesito un trago. Del mueble bar saco una botella de licor y me preparo un vaso con hielos. Después del primer trago que calma mi sed, llevo una silla hacia la terraza, pero la coloco delante de la puerta, sin salir, y me siento en ella. Me desabrocho la camisa y el sol quema mi piel blanca. Acaricio mi pecho desnudo, deslizando los dedos por el sudor que me baña. Paso el vaso por mi frente y los hielos se deshacen poco a poco al contacto. Oigo un ruido en la entrada...

Mi corazón se altera, mis ojos se abren y mis oídos intentan escuchar tu aliento. Pero no eres tú quien entra. Es ella otra vez. Lleva toda la semana viniendo. Me arregla el piso, recoge un poco y se va. Pero no le dejo que haga la cama, quiero que se quede así. Me saluda y comienza sus tareas, después de quitarse el sombrero y cambiarse de blusa. Por el reflejo del cristal veo cómo lo hace. Es guapa, no muy alta, pelo rojo. Tiene unos pechos grandes y turgentes que siempre me parece que van a romper el corsé que le ciñe, increiblemente pequeño en comparación a ellos. Cuando se quita la blusa, deja ver sus hombros desnudos y el pelo cayendo por su espalda. Justo hasta un lunar que tiene en medio de la espalda, entre los omoplatos. Creo que estoy teniendo una erección. No, no lo creo, mi polla está creciendo lentamente con la visión de su cuerpo medio desnudo. Ella se arregla despreocupadamente. Se coloca bien el corsé, metiendo la mano por sus pechos, sacándolos para que se vean bien entre los botones de la blusa. Los aprieta firmes hacia arriba y les da un pequeño vaivén. Mi erección ya no es pequeña. Tengo la polla dura como el hielo que me llevo a la boca, pero está ardiendo. Tan solo la miro, no muevo más que mi copa, aunque no puedo evitar pasar mi lengua por el borde del vaso, pensando que son sus pechos los que recorro.

Ha terminado de vestirse, ha cogido el plumero y se dirige hacia aquí. Siempre empieza cerrando la terraza, dice que el calor que entra por ella le producen sofocos y mareos. Y yo suelo dejarla, pero... cuando está a mi altura, junto a la silla, sin mirarla, sujeto su brazo. Ella no dice nada, sólo espera mirándome. Mi mano desciende y se pierde entre sus muslos. Subiendo poco a poco, llego hasta su sexo. Mi mano recorre sus braguitas húmedas. Meto mi mano entre sus piermas, por detrás, llegando hasta su vientre y comienzo a bajar su pequeña ropa interior. Ella, complaciente, mi mira nerviosa, sin moverse. Tan solo mueve sus pies para que pueda sacar sus braguitas negras transparentes. Apuro mi copa. Con mi boca sujeto el último hielo que quedaba y lo cojo con mi mano. Vuelvo a meter la mano por debajo de la falda y llevo el hielo hasta el clítoris que intuyo duro como mi polla, pugnando por salir de mis pantalones. Ella me la está mirando, dudando qué hacer. Pero se estremece y muerde el labio al contacto del hielo, mientras se le escapan pequeños gemidos. El hielo se deshace en su interior, mezclándose con sus flujos vaginales, que caen por sus muslos.

Ella me mira, sonriente, tímidamente, y se arrodilla delante de mí. Mientras comienza a quitarme los pantalones, cierro los ojos. ... Por qué tienes que venir ahora? no deberías estar en mi cabeza. Al menos no mientras ella me está chupando la polla. No deberías saber cómo mordisquea mis huevos mientras agita mi verga enhiesta. No quiero que veas cómo se la va metiendo en la boca, poco a poco, hasta que no queda nada fuera, mientras me mira. No quiero que sepas que ya ha perdido su timidez para convertirse en una pequeña zorra viciosa deseando follar conmigo y que la llene con mi polla.

Abro los ojos. Ella sigue chupando disciplinada mi polla. La levanto y la miro, se limpia la saliva de sus labios, mezclada con mi semen, a punto de derramarse en su boca. Levanto su falda, dejando a la vista su coño bien rasurado. La agarro de la cintura y la echo sobre mis rodillas, con el culo en pompa. Esto te gustaba, verdad? cuando te daba aquellos azotes gritabas como una perra en celo. Mientras pienso esto, su culo se ha enrojecido ya de los cachetes. Ni siquiera ha gritado. Aprieta los dientes con fuerza y disfruta en silencio de mi dominio. La levanto y la siento a horcajadas sobre mi, pero dándome la espalda. Sujeta mi polla enrojecida con sus manos y se sienta sobre ella lentamente, metiéndosela poco a poco y dejando salir un suspiro por su boca. Realmente me gusta follar con ella, pero...

Ella se arranca la blusa, saltando los botones por la habitación, y saca sus pechos por encima del corsé, que reciben mis manos abiertas. Se mueven arriba y abajo al ritmo de mis embestidas. Sujeto los pezones tiesos y ella grita. Cuando follábamos así, siempre gritabas mi nombre. Apoyabas tus manos en mis rodillas, te inclinabas hacia delante, volvías tu cara hacia mi y movías tu cuerpo salvajemente, tu culo agitado, clavándote mi polla una y otra vez hasta el fondo. Llevo mis manos a su coño chorreante, y me quema su contacto. No deja de moverse y no deja de gritar. Ahora gime y jadea como una posesa, mis manos agitándo su clítoris, a punto de correrse. Yo noto como mi orgasmo está cerca, pero se resiste. Quiero que te vayas, no, no lo quiero. Quiero correrme sobre tí.

Se está corriendo. Su cuerpo recibe el orgasmo complacido, ansioso de que siga y siga dándole placer. Mis dedos siguen apretando su clítoris y con la otra manos, saco mi polla de su vagina, para correrme con el movimiento de mis dedos sobre ella. Mi semen comienza a salir, mientras aprieto mi polla, exprimiéndola. La agito con fuerza, mis huevos se golpean entre sí, sin dejar de salir la esencia de mi vida. Cierro los ojos.


Esto es para ti, mi amor. Te echo de menos.


Foto: Ellen Von Unwerth

24/8/08

París


Amor mío:

no puedo dejar de pensar en nuestro último encuentro en París, aún resuenan en mis oídos las notas de aquel acordeón y siento tu aliento tibio llevándome a la locura, esa locura que nos ata dulcemente y nos tiene atrapados en nuestros deseos.

Yo debía llegar al hotel, y esperar allí, en nuestra habitación, a tus indicaciones. Ver allí tus cosas me excitó... confieso que abrí el armario para buscar tu aroma, aunque la ropa allí dispuesta no me entregó más que un olor a limpio, a tintorería, que no era el que mi cuerpo retiene desde que te conocí. Tampoco la almohada lo hizo, y comencé a desesperarme. Fué entonces cuando llegó el botones con una nota tuya: en Maxim's a las 9. Hubiera preferido que fueras tú el que apareciera, pero sabía de tu gusto por las sorpresas y me apresuré a vestirme.

Llovía ligeramente en París, aunque era de agradecer pues el calor era sofocante. Tú ya me esperabas en una mesa junto a un gran ventanal mostrándonos París de noche. Te levantaste y me besaste la mano, sin apartar la mirada de mis ojos, sonriendo con esa sonrisa maliciosa, divertida, que me atrae tanto. Sin soltarme la mano, pediste al maitre unas ostras y champagne, el mejor, por supuesto. Yo sólo tenía hambre de ti, y tú, sabiéndolo, disfrutabas torturándome con aquella espera. Nos quedamos mirándonos, absortos el uno en el otro, besándonos y devorándonos sin aproximación alguna. Creo que hasta el camarero lo notó cuando nos trajo la cena. Ví como miraste las ostras y sonreiste ligeramente. Luego apretaste con firmeza el limon en tu mano, dejando caer unas gotas sobre ellas... sentí mi piel estremecerse. Acercaste tus dedos a una de ellas, y la acariciaste con suavidad, lentamente, para luego acercártela a tus labios, esos labios que tanto deseaba morder, e introducirla en tu boca. Mi cuerpo gritó, y sé que tú lo oías, amore. Repetiste la operación, pero esta vez conmigo. Cuando sentí tus dedos acariciando mis labios creí que podría desmayarme de placer, y sonreiste adivinándome. No pronunciamos palabra, no era necesario.

El champagne fué relajando mi tensión, hasta el punto de hacerme desear arrancar el mantel con todo lo que había encima, y amarte allí mismo. Tú lo intuíste y negaste con la cabeza. Pagaste y salimos de allí, de la mano. Caminamos hasta uno de los puentes sobre el Sena, donde me atrajiste hacia ti y me besaste ansioso, salvaje. Sentí tu sangre dispuesta a entrar en mi cuerpo, a confundirse con la mía. Y entonces... aquellas notas de acordeón que nos embrujaron hasta el lugar de donde provenían.

Era un pequeño local de Pigalle, lleno de humo de cigarrillos y parejas bailando, y sin pensármelo te conduje de la mano hasta la pista, donde nos abrazamos al son de la languidez de aquel viento. Los dos, bailando, muy pegados, contoneando nuestros cuerpos como si fueran uno, amándonos sin mirarnos. Agarraste mi barbilla, y clavaste tus ojos en los míos. Nuestras bocas se fundieron de nuevo, al tiempo que nuestros cuerpos iniciaban su propia danza... de pronto estábamos en mitad de la pista, solos, en silencio, con la luz de la luna bañándonos desde un pequeño ventanuco, y toda la gente del local formando un corro a nuestro alrededor, un corro silencioso, como si fuesen a contemplar una ceremonia sagrada.

Me besaste de nuevo, y fuiste bajando por mi cuello hasta el inicio de mis pechos. Lentamente fuiste desabrochando mi camisa ajustada, acariciando la curva de mis pechos con el dorso de tu mano. Yo te dejaba hacer, hipnotizada con tus movimientos, plena de deseo hacia ti, consciente del deseo de todos los que nos miraban, excitados, como si nuestro deseo fuera el humo que llenaba la sala. Miré al hombre del acordeón y supo lo que quería, y se apresuró a traerme su silla. Tú me sentaste y me tapaste los ojos con tu pañuelo. Sentir tu olor sobre mí me excitó sobremanera. Te arrodillaste, y fuiste bajando con pequeños besos por mis pechos, hasta llegar a mis pezones, que lamiste con destreza. Mientras tus manos subieron mi falda estrecha, dejando mis piernas al descubierto. Te imaginé contemplando el encaje de las mismas, y noté tus dedos estirando nerviosos las ligas, tensas sobre mis muslos. Yo comencé a jadear, tal era mi deseo de ti. No poder ver tus movimientos me hacía desearte aún más.

Entonces sentí tu aliento cálido junto a mi clítoris. Me toqué los pechos, ardiendo como toda yo, y escuché el ligero sonido de tu ropa cayendo al suelo. Y de pronto la sentí, junto a mis labios, rozándolos golosa, y abrí mi boca para atraparla y recorrerla con mi lengua. Mientras tú musitabas: "muy bien, zorrita mía, cómemela entera, como tú sabes" y yo la devoraba como si me fuera la vida en ello, mientras atraía tus nalgas hacia mí, apretándolas. "Basta ya", ordenaste. Y supe que venías a mí, directo a lamer mi clitoris que te esperaba mojado y anhelante... recliné mi cabeza hacia el respaldo de la silla, acariciándome los pechos, muriendo de placer, mientras tú me acercabas tus dedos para que los comiese como si de pequeñas pollas se tratasen... hasta que me corrí en tu lengua insistente, entre largas oleadas de placer.

El acordeón paró, y comenzaron a escucharse una especie de tambores africanos. Me cogiste de la mano, para izarme, y susurrarme al oído: "Ahora te voy a follar bien follada, todos lo esperan, no me defraudes". Me llevaste hasta lo que debía ser una mesa, donde me pusiste boca abajo. Sentí tus manos amasando mi culo, y me sentí de nuevo toda sexo. Aproximaste tu miembro erecto al espacio entre ambas, donde empujaste suavemente intentando hacerte camino, mientras con la otra mano frotabas mi clítoris. Me penetraste y deseé que tuvieras dos penes. Cada embestida aumentaba mi deseo, hasta límites insospechados. Saliste de mí, y noté como los que nos observaban contenían la respiración. Me volteaste sobre la mesa, besando mi boca, mis pechos, para penetrarme de nuevo, y convertirte de nuevo en mi dueño, dueño de mi erotismo, de mi sexo, de toda yo.

A punto de corrernos, me incorporé para abrazarme a tí, sentirte entero dentro de mí, y ser uno mientras los espasmos nos recorrían y fundían. Bebí de tu boca, que me mordisqueó. Oirte susurrarme "muy bien, preciosa... eres única", endureció mis pezones... lo notaste y supe que te divertía. Entonces te volviste hacia los que nos contemplaban: "Mi amada quiere más, y yo estoy agotado. ¿Algún voluntario?". El silencio era atronador. Debieron levantar la mano varios, porque tú me quitaste el pañuelo para que eligiera. Sabía que te excitaba, y me decidí por un jovencito. Él se aproximó tímidamente, como pidiéndote permiso, y tú se lo concediste. Aproximó su polla hacia mi boca, pero no tuve tiempo ni de abrirla, pues se corrió sobre mis pechos. Tú le apartaste con una mueca de fastidio, y me limpiaste con el pañuelo empapado en champagne. Nos miramos y sonreímos. "Te deseo de nuevo" susurraste. Y abrazándonos, nos fuimos, corriendo bajo la lluvia ligera del cielo de París, hasta nuestra habitacion de hotel, donde seguimos amándonos hasta el amanecer, muriendo el uno en el otro.

Cuento los días para nuestro próximo encuentro, amore. Tuya, June.

Foto: Helmut Newton

23/8/08

Tu olor...


Tan sólo quiero tenerte entre mis brazos. Ese deseo llena mis días interminables en la distancia. Me pregunto cómo he podido, siquiera, poder respirar hasta hoy, cuando tus besos no recorrían mi piel erizada. Mi cuerpo me pide continuamente tenerte cerca, gritando desesperado por tocar tu cuerpo. Ese cuerpo lascivo, hecho para mi sexo, que acaricio mentalmente mientras sujeto mi polla erecta para retenerte junto a mí.

Te imagino sobre mí, apretando mis piernas entre las tuyas. La cabeza hacia atrás, mostrándome tus pechos ardientes, revolviéndote el pelo. Esa imagen me tortura una y otra vez, ya que no puedo llegar hasta ellos. Están tan lejos como mis pies del suelo firme. Me siento flotando en tus fluidos vaginales, me siento parte de ellos, recorriendo tus cavidades carnosas en busca de aquel lugar pequeñito que te hace explotar. Dios, tus gemidos y tus jadeos resuenan en mi cabeza tan cerca...

Me doy la vuelta y empujo contra el colchón de mi cama vacía mi miembro extasiado, sin dejar de agitarlo con mis manos. Una vez estuviste aquí, sobre este colchón, y tu olor sigue hirviendo mi sangre. Olor de tu pasión, aroma de mi lujuria, esencia de nuestros orgasmos. Tu cuerpo nunca ha dejado de correrse sobre mi, cada día, cuando me despertaba entre sudores y espasmos.

Quisiera volver a sentir tus nalgas jugando entre mis manos, tus pechos reposando entre mis labios, tu risa ensordeciendo los truenos de la tormenta. Mis labios sangran tu ausencia, mordidos por mi desesperación. Me miro en el espejo, solo, y veo tus manos apareciendo por detrás. Me sujetan por el pecho, acarician mi vientre, arañan mi cuello, mmm, se pierden en mi entrepierna... Creo que voy a correrme, mi cuerpo agotado, extenuado, tembloroso. Pero no puedo, no quiero hacerlo... sin ti.


Foto: Robert Mapplethorpe